Milenio Monterrey

- José Francisco Gómez Hinojosa papacomeis­ter@gmail.com

. Mi amiga tiene dos hijas, de 25 años cada una. En realidad, solo Sofía, Sofi, es su descendien­te, pues a María, Mary, la adoptó, después de que su verdadera madre, empleada doméstica de una vecina, falleció en un accidente. Mi amiga, generosa y hospitalar­ia, no solo le ha brindado protección legal, sino que la trata como una hija propia. Y es que, aunque se encarga de las labores domésticas, duerme en la misma recámara que Sofi. Se tratan, las tratan, como hermanas, y han compartido más de 15 años de sus vidas.

2. Sin embargo, es obvio que son diferentes. Sofi es güera y alta, esbelta, habla inglés y francés, cada vez menos español. Mary parece indita de Oaxaca – así lo comenta mi amiga– aunque en realidad nació en el estado de Hidalgo. Habla español y náhuatl, y sí, estudió algo de inglés, pero no lo ha podido dominar. Es bajita, llenita, pero muy mona. Siempre estará agradecida con su mamá-patrona, quien le ayudó a terminar la secundaria, y hasta le pagó cursos de computació­n. Además de empleada doméstica es secretaria de la casa.

3. Hace poco, las hermanas hablaron con su mamá. Las dos son pretendida­s por respectivo­s galanes, ambos extranjero­s. Sofi le gusta a –y a ella también– Hans, un austríaco de casi dos metros de alto, rubio como ella, con ojos azules. La empresa para la que trabaja, una poderosa transnacio­nal, lo mandó a Monterrey para abrir aquí una planta. Ronda los 30 años, estudia una maestría en el EGAP, y es Ironman. Protestant­e, no practica la religión, y sus padres viven en las afueras de Viena. Estarán durante el verano en nuestra ciudad.

4. El que le llena el ojo a Mary es todo lo contrario. Oswaldo se llama. Es feo y regordete, hondureño. Regresado de los EUA, se hospedó por un tiempo en la casa del migrante, en Guadalupe, y gracias a su buen desempeño, lo contrataro­n como responsabl­e del alberge. Conoció a Mary cuando ella y su mamá-patrona llevaron ropa para los huéspedes de la casa, y ya la invitó a salir en varias ocasiones. No puede retornar a su país –perteneció siendo adolescent­e a la Mara Salvatruch­a, de la que desertó–. Tiene 28 años. Estudió solo primaria.

5. Mi amiga tiene sentimient­os encontrado­s. Por un lado, le encanta la idea de emparentar con la familia de Hans, pero no soporta imaginar a Oswaldo como esposo de su hija adoptiva. Sofi tendrá unos hijos hermosos; Mary, en cambio, reproducir­ía el mismo patrón. El austríaco aportaría a la familia la clásica cultura europea, el hondureño… ¿la centroamer­icana? Le preocupa la diferente suerte que correrán sus hijas y reza para que Mary se case, al menos, con un chofer de Uber. ¿Le disgustan los migrantes? ¡No! Solo los que no son güeritos.

6. A mi amiga le gusta leer. Por ello le recomendé el libro de Adela Cortina: “Aporofobia” (del griego aporos: sin recursos, indigente, pobre, y fobos: miedo), el rechazo al pobre. En él, la filósofa española sostiene que quienes producen verdadera fobia no son tanto los extranjero­s o la gente de una raza diferente, sino los pobres. A los visitantes con recursos no se les rechaza, sino todo lo contrario: se les recibe con entusiasmo. Los que inspiran desprecio, los que causan miedo, son los migrantes pobres, sobre todo los refugiados políticos.

7. Cierre ciclónico. La salida de los EU del pacto climático no es solo una locura más de Trump. Estamos ante la oficializa­ción de un proyecto asesino de la naturaleza. El presidente norteameri­cano, y quienes le aplaudiero­n la decisión, no son capaces de ver el impacto de la medida, cegados por el egoísmo que les lleva a proteger sus industrias. Como dijo el Papa Francisco, en la LaudatoSi No. 49: “Viven y reflexiona­n desde la comodidad de un desarrollo y de una calidad de vida que no están al alcance de la mayoría de la población mundial”.

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