Milenio Monterrey

¿Qué hacer con tanto puto? Una propuesta

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La verdad es una vergüenza. Ya no es una ocurrencia, es una vergüenza. La primera vez que lo escuché, en vivo, fue en un estadio de Sudáfrica en 2010. Una tarde en que los uruguayos nos daban clases de futbol y los mexicanos en el desmadre le gritaban puto a su portero.

En estos siete años los he vuelto a escuchar aun cuando nos humillan en la cancha o cuando humillamos a los de enfrente.

Algunos gritaban puto aquel día del 0-7 con Chile. En fin, una vergüenza. Como vergonzoso ha sido el actuar de los mandamases frente al fenómeno. Primero lo agarraron de chacoteo, luego lo ignoraron, luego inventaron un par de campañas de las que no se enteró nadie.

Empezaron a llegar las multas. Una y otra y otra y otra.

Eso es lo único que les interesa: el dinero, como se nota en la interminab­le cantidad de anuncios que nos recetan, contra la norma, en medio partido.

Así que las campañas contra el puto fueron un poco más visibles. El domingo, por ejemplo, quisieron acallar el grito con “Cielito lindo” y otros gritos y en todas las marquesina­s repitieron el mensaje: “Gritar puto no te hace más mexicano”. No funcionó.

Y comenzaron a llegar sutiles advertenci­as de peores castigos. Juegos sin público, vetos a estadios, y sí, hasta puntos en competenci­as oficiales.

Si los mandamases mexicanos tuvieran dos dedos de frente sabrían que este asunto puede explotarle­s en cualquier momento y podría pegarles donde les duele, que no es la decencia, porque si lo fuera ya hubieran hecho algo.

Falta que lo agarre una celebridad estadunide­nse en busca de una causa para salir en los medios, un jugador en busca de tres reflectore­s, una federación adversaria, que se harte un patrocinad­or, ¿por qué no se ha hartado un patrocinad­or? En fin. Estas cosas así son, hace muchos años todos sabíamos que la FIFA y Blatter eran unos corruptos, un día, alguien empujó el asunto, llegó a los medios y… adiós Blatter.

Va la propuesta: quedan dos partidos de eliminator­ia en casa. En términos reales no importan. Ya estamos en Rusia. Qué tal que la Federación castigara a su afición y los juega sin público. Sí, perderían dinero. Qué tal si no los transmite. Sí, perderían dinero. Pero sería una oportunida­d de hacerse pasar por decentes.

Y tal vez, acabar con esa vergüenza.

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