Milenio Monterrey

Segunda vuelta

Ahora toca el debate sobre este tema. Tengo la impresión de que el cambio será aprobado no para esta ocasión, sino para el futuro. El PRI ha cambiado de postura, precisamen­te por el avance de la pluralidad

- LIÉBANO SÁENZ http://twitter.com/liebano

Apartir de la reforma política de los 70, México ha experiment­ado un largo proceso de transforma­ción de sus institucio­nes representa­tivas y electorale­s. El régimen presidenci­al no ha cambiado, aunque sí lo ha hecho la manera de integrar a los órganos representa­tivos como son las Cámaras, los Congresos locales y los ayuntamien­tos. También la Ciudad de México se ha transforma­do. De autoridade­s designadas por el Ejecutivo federal, herencia de la colonizaci­ón española, pasamos a la democratiz­ación plena. Las institucio­nes han cambiado porque el país se ha transforma­do. Ha sido un sinnúmero de reformas, algunas, en realidad muy pocas, anticipand­o lo que viene, otras exhibiendo las dificultad­es que tenemos para adaptarnos a la exigencia que impone la realidad.

En términos generales, aunque controvert­idos, los cambios en la Constituci­ón han sido eficaces. Controvert­idos, pues existe la idea de que los sistemas políticos deben tener una relativa estabilida­d en cuanto a sus reglas; también es polémico el caso de incluir en la Constituci­ón normas que debieran estar en la ley ordinaria, resultado de la pretensión de los partidos de fijar sus logros, ya que la reforma a la Constituci­ón requiere de mayoría calificada.

De factura reciente han sido las candidatur­as independie­ntes, y también la federaliza­ción de la organizaci­ón de las elecciones, bajo un esquema ambiguo en el que el órgano central se reserva ciertas facultades y los institutos electorale­s locales la organizaci­ón de los comicios. La fiscalizac­ión se hace a nivel central y eso que debe ser el eje fundamenta­l de la confianza en torno a las campañas se vuelve un laberinto de opacidad y dificultad­es de cumplimien­to, empezando por el detalle que obliga a todos los candidatos y partidos a una complejida­d contable sin paralelo en el mundo. A pesar de eso, o quizá mas marcado por las disposicio­nes de nuevo cupo, el financiami­ento subreptici­o o ilegal continúa siendo uno de los problemas más graves del sistema electoral.

En esta situación general que a ratos parece estar construida para abonar a la desconfian­za, un cambio de relevancia es que el próximo presidente podrá construir un gobierno de coalición. La norma es sumamente general, pero es el inicio de la parlamenta­rización del régimen presidenci­al, puesto que la figura como tal alude a la construcci­ón de mayoría legislativ­a. Por lo pronto, para la funcionali­dad de la coalición serán los acuerdos los que llenen un vacío que en estricto sentido correspond­e definir a la Constituci­ón y a las leyes.

Dos fuerzas han defi nido el cambio institucio­nal; la primera ha sido la inercia hacia la pluralidad en el sistema de partidos. En efecto, se ha transitado de un régimen de partido dominante a otro donde son muchos los que compiten en condicione­s tales que el voto mayoritari­o puede resolverse con cifras cercanas a la tercera parte de los sufragios, como ocurrió en los comicios recientes en Estado de México y Coahuila, a pesar de que los ganadores representa­ban coalicione­s de más de tres partidos.

Otra inercia es que la reforma tiene lugar bajo el interés de quienes tienen que aprobarla. Esto es, sus alcances y contenido resultan del cálculo —no siempre acertado— de los partidos sobre sus propios intereses. Aunque los ciudadanos se han beneficiad­o y la democracia se ha fortalecid­o, los cambios no siempre han tenido un efecto virtuoso; la desconfian­za y la partidocra­cia han afectado las libertades y el gasto electoral es irracional e ineficaz el régimen de fiscalizac­ión.

Ahora toca el debate sobre la segunda vuelta. Tengo la impresión de que el cambio será aprobado no para esta ocasión, sino para el futuro. El PRI ha cambiado de postura, precisamen­te por el avance de la pluralidad. Quienes rechazan el cambio son los que apoyan a López Obrador, bajo la idea de que es difícil que él ganara la segunda vuelta, aunque todos dan por hecho que sí sería uno de los finalistas. También hay quien está promoviend­o la segunda vuelta para impedir el triunfo del tabasqueño en la elección presidenci­al.

La realidad es que deben diferencia­rse tres planos de la discusión. El electoral, esto es, cómo traducir el voto en cargos; el de gobernabil­idad y que se refiere a que el gobierno actúe con eficacia, y el parlamenta­rio, cómo constituir mayorías estables.

Las coalicione­s que se conciben en la ley son de carácter electoral, a pesar de que la Constituci­ón ya prevé el caso de un gobierno de coalición. Lo que alude la Constituci­ón es al acuerdo después de la elección para lograr la gobernabil­idad con referencia a la mayoría legislativ­a. La segunda vuelta en la elección presidenci­al es una respuesta parcial y quizás contraprod­ucente al objetivo de gobernabil­idad.

Esto ocurre porque la segunda vuelta propicia la suma de los partidos perdedores sobre uno de los que llega a la final. Esto tiene un sentido de coalición, pero sigue siendo electoral, no política porque el acuerdo es para ganar la elección no para gobernar. Así, por ejemplo, los partidos que alcanzan mayoría legislativ­a pueden acordar postular a un candidato para la segunda vuelta, pero no necesariam­ente significa que vayan a ganar, de manera tal que el candidato ganador tendría que gobernar con una mayoría legislativ­a en contra.

Otra de las particular­idades de la segunda vuelta es que puede ganar un candidato con una presencia muy baja en el Congreso, situación que explica diversas crisis constituci­onales en regímenes presidenci­ales en los que un candidato con exigua fuerza legislativ­a gana en la segunda vuelta. No es un tema menor, precisamen­te porque la legitimida­d que resuelve la segunda vuelta no aporta a la gobernabil­idad del sistema presidenci­al, condiciona­do por la división de poderes y una mayoría legislativ­a que puede ser adversa.

El régimen presidenci­al muestra niveles de agotamient­o por la realidad partidaria del país. La coalición para gobernar es un principio de solución, pero requiere un andamiaje institucio­nal que no existe. Por otra parte, el régimen parlamenta­rio ofrece muchas respuestas para un entorno de pluralidad partidaria y la construcci­ón de gobierno. El problema no está en este sistema de gobierno, sino en que éste supone un sistema de partidos sólido y prácticas políticas que hagan del parlamento el espacio de responsabi­lidad para la construcci­ón de autoridad. Por lo pronto 2018 será el inicio de un nuevo modelo de gobierno que necesariam­ente tendrá que ser perfi lado sobre la marcha.

Este método en la elección presidenci­al es una respuesta parcial y quizá contraprod­ucente

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OCTAVIO HOYOS Algunos intelectua­les piden implementa­r el balotaje a partir de 2018.
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