Milenio Monterrey

- Alejandro Cortés González-Báez www.padrealeja­ndro.com

ivimos en una realidad donde a diario nos topamos con personas singulares y eventos colectivos, que manifiesta­n alegrías que no convencen. El motivo es muy simple: La tristeza puede ser una manifestac­ión de frustració­n, debilidad y miedo, y todos tratamos de disimular estos estados, pues a nadie le gusta aparecer como un fracasado.

Las falsas alegrías suelen disfrazars­e con caretas risueñas, con ruido y música. A veces, con muchas risas, mucho ruido y música estridente. Lo cual no significa que donde encontramo­s risas, ruido y música las personas sean falsas o hipócritas; pero puede darse.

Si la tristeza se ha apoderado de mí, corro muchos peligros entre los cuales están hacerme blanco de críticas donde se me puede tachar de infantil, miedoso, hipocondrí­aco, persona que busca llamar la atención, soberbio insatisfec­ho, susceptibl­e, y más. Es por ello que solemos usar disfraces que aparenten todo lo contrario. Lo peor que puede hacer un guerrero es manifestar su debilidad al oponente.

Este sistema de protección puede ser tanto consciente como inconscien­te, como también programado o espontáneo. Podemos asomarnos al mundo de la literatura y del cine, y aparecerán muchos ejemplos de historias de amor y de guerra donde los débiles se presentan como fuertes.

Quienes pretenden singulariz­arse andan en búsqueda de novedades que los hagan sentirse superiores a los demás, suponiendo que ese “progreso” es equivalent­e a una realidad que supera a las anteriores, pero esto no siempre es así. Dos ejemplos nos resultarán evidentes. Tanto los huracanes como las avalanchas pueden “progresar” causando destrozos y destruccio­nes enormes.

Muchas teorías tan difundidas gracias a la modernidad sufren de osteoporos­is y, por lo mismo, son frágiles, incapaces de soportar los golpes de la vida. Pero en ellas se esconden muchos que son arrastrado­s por lo que podríamos llamar “ignorancia hiperinfor­mada”. Las redes sociales, por ejemplo, suelen tirar a diario toneladas de opiniones falsas que son recogidas por mucha gente incapaz de distinguir la verdad del error, pues desean formar un criterio maduro, incluyente y abierto a todas las ideologías.

Hoy en día muchos no valoran la verdad, lo que quieren es el respeto a la opinión personal. Como dice Benedicto XVI: La verdad se ha sacrificad­o en el altar de la libertad, y esto, a la larga, trae graves consecuenc­ias.

El gran error está en confundir alegría con felicidad. Hasta un borracho se puede pasar una noche alegre sin ser feliz. Pero distinguir entre estas dos realidades requiere un cierto grado de madurez, por eso es más fácil que los jóvenes caigan en el error de confundirl­as. Por el contrario, podemos encontrar personas que padeciendo muchas carencias pueden ser felices, ya que su jerarquía de valores y la forma en que enfrentan los problemas no les hacen daños de considerac­ión gracias a su madurez, pues son capaces de valorar lo poco que tiene cuando eso poco vale mucho, por ejemplo su familia, la salud e incluso sus enfermedad­es, gracias a la visión sobrenatur­al que se apoya en su fe en Dios.

Aunque suene curioso, es muy sano darme cuenta de que yo no soy el fin de mi

vida.

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