Hace un año más o menos, los paseantes que disfrutaban de una noche de verano en el Paseo de los Ingleses, en Niza, se toparon de frente con un camión repartidor que era conducido a toda velocidad por Mohamed Lahouaiej Boulhel. No se trataba de un accidente de tráfico. En realidad, Lahouaiej Boulhel no tenía otro propósito que masacrar a hombres, ancianos, mujeres y niños que se relajaban en la concurrida avenida al borde del Mediterráneo. Unas 86 personas murieron esa noche mientras celebraban el día de la fiesta nacional. Casi medio millar de heridos quedaron tendidos a lo largo de dos kilómetros. En el extremo de la avenida quedaban un terrorista tunecino de 31 años muerto a tiros por la policía y la sensación del miedo pegada para siempre en la piel, la certeza de que un asesino acecha todo el tiempo en la oscuridad.
Niza no volverá a ser la misma desde aquella noche. Tampoco las familias rotas en esa jornada de odio. Los fotógrafos se encargaron de guardar la memoria de la concurrida avenida poblada de muertos y heridos, de hombres y mujeres gritando y llorando. No hubo discreción. Quien quiso tomar fotografías lo hizo sin impedimento alguno. Metieron las narices dentro de las ambulancias, bajo las mantas que cubrían los cadáveres, en los ojos llorosos de quienes perdieron a un cercano, en la mano inerte que colgaba de una camilla.
Unos días antes, el presidente François Hollande había levantado el estado de excepción puesto en marcha luego de los atentados de noviembre en París que dejaron unos 130 muertos y más de 300 heridos. El número de las fuerzas militares destacadas en las calles había sido reducido en tres mil elementos.
Hace unos días, el popular semanario francés Paris Match se dispuso a rendir homenaje a las víctimas de los atentados en Niza, en el primer aniversario de los trágicos acontecimientos. Reunió para su edición de la semana pasada un pequeño paquete de dramáticas imágenes que daba cuenta de lo ocurrido aquella tarde. Eran fotografías captadas por los paseantes, por el terrorista incluso y aun por los agentes policiacos, o fotogramas de las películas de seguridad recogidas por las cámaras de las cafeterías, restoranes y tiendas de recuerdos distribuidas a lo largo de los dos kilómetros recorridos por el camión de la muerte. No faltó entonces quien pusiera el grito en el cielo y pidiera el retiro inmediato de los puntos de venta de la edición correspondiente, por lo menos en Niza. El argumento principal de los quejosos era que los materiales gráficos habían sido obtenidos de manera poco clara de los expedientes de la investigación sobre el atentado. Stéphane Gicquel, secretario general de la Federación Nacional de Víctimas de Atentados y Accidentes Colectivos, llegó incluso a declarar públicamente que las imágenes publicadas por el semanario habían sido robadas del expediente judicial por intereses mercantiles.
La querella implementada en su origen por este organismo que agrupa a las víctimas de los atentados encontró el apoyo oficioso de la Fiscalía de París, en la medida en que las imágenes publicadas reproducen momentos particularmente dolorosos y sobre todo muy íntimos de la vida de los afectados. Al desaguisado se sumó una supuesta solidaridad de los vendedores de diarios y revistas de la ciudad de Niza, que se habrían negado a vender los ejemplares de la publicación en disputa.
El director de Paris Match defendió ante las autoridades con toda seriedad la publicación de las imágenes. Afirmó que la redacción de la revista había elegido aquellas en las que la identidad de las víctimas no quedaba expuesta por la distancia o la calidad de las fotografías pero, en efecto, no dejó en claro cómo las había obtenido.
Sin embargo, la circulación de la revista con el reportaje cuestionado era un hecho consumado. No había modo de sacarla de circulación. Dada la situación, la Fiscalía de París tomó una decisión más o menos salomónica: no habría de impedir la circulación de la revista, pero sí declaró prohibida la publicación de las imágenes del atentado.
La decisión parece correcta si se considera que son muchos los que han visto una mina de oro en los sangrientos acontecimientos del verano pasado en Niza. A sus 50, Vincent Delhomel sabe de qué se trata el asunto. En estos días también debió comparecer ante la justicia en su calidad de ex dirigente de la organización Paseo de los Ángeles, que reúne a los sobrevivientes de aquella matanza. Dispuso de unos 10 mil euros del organismo en beneficio propio. Es decir, los gastó en chuchulucos de su gusto. En septiembre próximo sabrá de su destino.