Su “raíz inteligente parece hundirse en un espacio donde la poesía, la religión y la filosofía se cruzan y desdoblan a un tiempo preguntándose por su ser y por su historia”
ara quienes no tuvimos la oportunidad de conocerle mayormente (más allá de saludos ocasionales), leerle y saber del peso que tenía como figura del exilio español en México fue siempre una suerte de consuelo. El tiempo, la enfermedad y la muerte nos separan de esas generaciones que tenemos por ejemplares, de las que hubiéramos querido aprender más a través de la amistad o del trato constante.
Ya Enrique Krauze ha dicho que era un hombre bondadoso. Lo era, supongo, como solo pueden serlo los sabios: pacientes, abiertos a la diferencia y generosos con todas las dudas y certezas que enarbolan nuestros interlocutores en el curso de la vida.
Imagino que habríamos discutido mucho sobre la fe y la religión. Él, que creía que era el hombre el que había muerto al asesinar a Dios, seguro me habría considerado un ser desdichado por estar alejado de la idea de un Creador; pero también es claro que su inteligencia tolerante nos habría acercado a otras conclusiones. Aun sin tener un Dios, por ejemplo, su visión de los poetas como intérpretes de los dioses no me resulta ajena.
Octavio Paz nos dijo de Xirau que estábamos ante un “hombre puente”, algo que explicaba de la siguiente manera: “En primer término: puente entre sus dos vocaciones más ciertas y profundas, la poesía y la filosofía”. Luego resaltaba que su obra “también comunica a dos idiomas: el catalán y el castellano”. Al definirlo como un “liberal catalán de México”, sabía que “el pensamiento de Xirau es un puente entre diversas generaciones poéticas —modernismo y posmodernismo, vanguardia y poesía contemporánea— y entre obras y per- sonalidades opuestas o distantes: Sor Juana Inés de la Cruz y Xavier Villaurrutia, Vicente Huidobro y José Gorostiza, los poetas concretos del Brasil y Marco Antonio Montes de Oca y José Emilio Pacheco, Carlos Pellicer y Federico García Lorca”. Un gran puente, pues, entre diversos mundos que frecuentaba y otros de los que provenía.
Detengámonos por un momento en la figura del filósofo-poeta. El vínculo entre ambas facetas pareciera de lo más natural: ¿puede existir un saber más profundo que el que la poesía despliega en todas sus formas? ¿Puede haber más belleza que la del conocimiento que nos procura la filosofía? Sin embargo, María Zambrano nos recuerda (precisamente en esa inmensa obra que es Filosofía y
poesía) que “no se encuentra el hombre entero en la filosofía; no se encuentra la totalidad de lo humano en la poesía. En la poesía encontramos directamente al hombre concreto, individual. En la filosofía al hombre en su historia universal, en su querer ser. La poesía es encuentro, don, hallazgo por gracia. La filosofía busca, requerimiento guiado por un método”.
A pesar de ello Xirau (“hombre puente”, al fin y al cabo) daba plenitud y excelencia, pero sobre todo complemen- tariedad, a estas dos ramas en el robusto árbol de su personalidad intelectual.
Adolfo Castañón, en un ensayo publicado en la revista Letras Libres, examina las posibilidades que ganó su privilegiado talento: “La raíz inteligente de Ramón Xirau parece hundirse en un espacio donde la poesía, la religión y la filosofía se cruzan y desdoblan a un tiempo preguntándose por su ser y por su historia (…) discurre, reflexiona con rigor intelectual y pasión viva sobre la condición del ser humano en nuestra edad crítica y en crisis. Si se mueve en un espacio de confluencia manifiestamente anterior a la fragmentación de los saberes y artes, si su horizonte es el de una actitud intelectual o una sabiduría capaz de superar los conocimientos partidos o partidarios, quizá ello se deba a esa integridad vivaz que lo lleva a reflexionar, a estirar el cuello, a proyectar reojos intermitentes y sistemáticos para así poner a prueba las ideas a contraluz del arte, la historia contra la ética y la filosofía de cara a la poesía”.
Xirau fue un regalo del exilio español a México. Y hay que asumir su llegada (y la de todos los refugiados) como parte de uno de los momentos estelares que hizo posible la política exterior de nuestro país cuando gozaba del prestigio y autoridad que gobiernos recientes han mermado.
En El tiempo vivido, nuestro autor anotaba: “’estar’ significa, con dignidad y modestia, con humildad y orgullo, arraigar en la tierra …”. Y así puede ser uno expulsado de su terruño, padecer el exilio y, aun así, echar raíces, como lo demostraron Xirau y todos los que como él vinieron a México a buscar una nueva vida dándonos la suya llena de grandeza.