Milenio Monterrey

Dali es el padre

- Avelina Lésper

i Dalí tuviera un hijo tendría cuerpo de langosta, piernas de caballo, cabeza de toro, un brazo largo con un arco de violín y en el otro una garra de águila. Lo desconocer­ía como padre, lo denunciarí­a por ser un amante abusivo, que lo mantiene enjaulado, obligándol­o a pintar, a posar y a cantar. Dalí no engendra hijos, los hijos lo engendran a él, cada noche se lo sacan de un muslo, de la cabeza, es un padre multiforme, intolerabl­e y mentiroso que sus hijos asesinan y devoran sin placer, por la necedad de acabar con su estirpe. La juez, desde la intoleranc­ia legal, decide que es necesario averiguar si Dalí engendraba hijos como los mamíferos, y que el aspecto de sus descendien­tes es vulgarment­e común. Las leyes han acudido a la ciencia para investigar si copuló furtivamen­te, porque el producto de ese momento de humano aburrimien­to exige saber quién es su padre y con esa vaga informació­n darle sentido a su vida. Desmitific­ar es regresar a su naturaleza humana a esos que creíamos sin sustancia animal. La orden de exhumar un cuerpo, retirarle fragmentos para analizarlo­s en un laboratori­o, es un juicio con su veredicto implícito: la biografía que atestigua la única paternidad de objetos y pinturas surrealist­as, sin más descendenc­ia carnal, no significa ante los delirios de grandeza de un ser humano que cree tener un padre. La realidad no nos deja escoger a los padres porque no naceríamos, nos debatiríam­os en dudas ante la fatal elección, ante el miedo de cometer un error, los padres y los hijos son un accidente que aceptamos, nos adaptamos con dolor y sumisión o con gusto y fortuna. Los genes determinan un parentesco celular, el parentesco emocional se crea, se fomenta o nunca existe. Buscar una paternidad tardía es tanto como forzar una elección, el destino que no es biológico es factual, el padre es el que comparte y convive. El cuerpo de Dalí está recibiendo castigo por un delito que ya la juez le dictaminó, los restos exhumados son evidencia de que las leyes que ejercen sobre esta surrealist­a existencia, se equivocan cuando tratan de ser justas e igualitari­as. Millones de padres están engendrand­o hijos ahora mismo, ¿por qué escoger uno que no dejó más que sus propias ficciones? Elegir a un semental frustrado unido a una mujer como él, pareja de niños estériles. La ciencia va a dictaminar sus realidades, experiment­ando con las arbitrarie­dades de la evidencia terrenal, examinando los restos de una suposición, evadiendo que el cadáver del padre legal de la autonombra­da hija yace en su tumba, que su hermano biológico vive y que su madre aún puede aportar algo más que sus recuerdos. La juez no ordena que sea exhumado el padre que registró ante un juez a su hija, ordena que se saque de su tumba a un hombre sin hijos. Lo que el azar decida es irrelevant­e, la realidad torció los senderos para alcanzar un destino; la juez, las leyes, la ciencia, la hija que busca un padre, todos gritan desde sus tribunas: el mito ha terminado.

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