En un pedestal
Usar la expresión “poner a alguien en un pedestal” significa enaltecerlo, glorificarlo. Por ello las estatuas que están sobre pedestales conmemoran a aquellos hombres y mujeres cuyas acciones destacan de las de la mayoría. Su valor y entrega han beneficiado la vida de muchos. Cuando miramos una estatua, recordamos la vida y obra de esa persona y nos sentimos inspirados por sus logros ya que nos enseñan que es posible enfrentar las situaciones difíciles de una mejor manera. ¿Qué pasa cuando una estatua no cumple con el propósito de inspirar o ser un ejemplo a seguir y es más bien es el testigo mudo de un pasado vergonzoso?
El viernes 11 de agosto, un grupo de personas marchó en Charlottesville para protestar por la posible remoción de la estatua ecuestre del general Robert E. Lee. Desde hace algunos años, ciudadanos y gobernantes han pedido que la retiren junto con otros símbolos que recuerdan un doloroso pasado, como la bandera confederada. Robert E. Lee fue el general del ejército de Estados Confederados que se opusieron a la abolición de la esclavitud en la guerra civil. Como sabemos, la protesta de los supremacistas blancos en Charlottesville terminó en una tragedia que le costó la vida a Heather Heyer y hubo varios heridos. Entrevistados en diversos medios estadunidenses, los descendientes del general Lee —quien después de la guerra apoyó el programa de reconstrucción y reconciliación nacional, pero se opuso al voto de la población afroamericana— manifestaron que ellos consideraban que la estatua de su antepasado debería ser retirada y reubicarse en un museo en donde se comprendería en su contexto histórico. En nuestro país sucedió algo similar hace ya bastante tiempo. Resulta que en 1992, dos “tlatoanis” de la cultura de nuestro país, Carlos Fuentes y Octavio Paz, solicitaron que se erigiera un monumento a Hernán Cortés para “quitarnos el complejo” y dejar de negar una parte de nuestra historia. (http://www.proceso.com.mx/158982/ la-exigencia-de-carlos-fuentes-paralevantar-una-estatua-a-cortes-impugnadapor-monsivais-everaert-tovar-y-zea). De acuerdo con el artículo del semanario
Proceso de noviembre de ese año, varios intelectuales se opusieron a la idea, entre ellos Guillermo Tovar y de Teresa y Carlos Monsiváis, argumentando que “una cosa, muy meritoria, es suprimir querellas inútiles y otra, muy distinta, activarlas con bronce o con piedra; Cortés, como tanto se dice, es ‘luces y sombras’, pero en el balance las ‘sombras’ cuentan demasiado”.
Las sabias palabras de Monsiváis hace un cuarto de siglo aplican a la perfección del momento histórico que estamos viviendo. Tras los recientes atentados en España, hablé con un amigo en Cambrils. Para él —y muchos otros— era importante que los musulmanes se manifestaran públicamente en contra del terrorismo. Es el mismo sentimiento de los estadunidenses de que se repruebe el supremacismo blanco y neonazismo en todas sus versiones empezando por el presidente. Hoy no hay lugar para medias tintas, ni para ambigüedades. El odio, el terror y la violencia deben ser fuerte e inequívocamente condenados, punto. No hay justificación para ello. Monumentos que recuerdan la opresión y esclavitud no tienen cabida en lugares públicos.
Si bien reconozco la validez de los argumentos de Paz y Fuentes para aceptar a Hernán Cortés como parte de nuestra historia, coincido con Monsiváis en que sus sombras son lo suficientemente grandes como para no merecer estar sobre un pedestal. Al igual que el general Robert E. Lee, Cortés merece ser estudiado y comprendido en su contexto histórico, pero dejemos los pedestales para reconocer a quienes con sus hechos han cambiado la vida de muchos para mejor y nos inspiran todos los días.
Buen domingo a todos.