Una palabra puede cambiar el curso de una vida.
Las personas al interactuar toman una serie de decisiones a través de palabras o expresiones que pesan. Los “sí” y los “no” son la bitácora de vuelo para llegar a un destino, durante ese viaje llamado vida.
Aunque hay decisiones que se toman sin decir una sola palabra y aun así muestran de forma contundente su peso, el discurso silenciado lo conocemos a través de gestos, miradas, sonrisas y caricias, así como el llanto, los desplantes o berrinches.
El silencio es el maestro que puede dejar una gran enseñanza a su paso.
La decisión una vez tomada no revira, lo que sigue es continuar, porque no se puede volver atrás, solo se puede hacer ajustes sobre la postura que se tomó.
Estas reflexiones ayudan a pensar en por qué hay que cuidar el discurso, cada palabra es una llave que puede abrir o cerrar puertas y no se requiere ser un gran orador para ello.
Toda acción tiene que ver con actitudes que se manifiestan verbalmente o de ma- nera implícita.
El lenguaje en ambas categorías es predecible y es lo que da soporte y credibilidad como por ejemplo la expresión “palabra de honor”, eso sella un pacto de ser tal como se dice.
Desgraciadamente, la incongruencia entre lo que se habla y lo que se ejecuta es uno de los grandes problemas sociales.
Es de vital importancia tomar en cuenta que lo que se expresa o se calla tiene peso y por lo tanto tiene consecuencias, porque decir decide y muestra la firmeza o la seguridad ante dicha situación.
Una vez que se toma una postura nada la cambiará por un sencilla razón: la fuerza tácita, única e inamovible que denota su poder, por tal motivo es recomendable ser impecable con las palabras, ya que al emitirlas se acerca el futuro al presente casi sin darse cuenta.
El peso de una palabra puede dar a la vida un giro inesperado.
Definitivamente, hay que pensar antes de hablar.