Milenio Monterrey

Una palabra puede cambiar el curso de una vida.

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Las personas al interactua­r toman una serie de decisiones a través de palabras o expresione­s que pesan. Los “sí” y los “no” son la bitácora de vuelo para llegar a un destino, durante ese viaje llamado vida.

Aunque hay decisiones que se toman sin decir una sola palabra y aun así muestran de forma contundent­e su peso, el discurso silenciado lo conocemos a través de gestos, miradas, sonrisas y caricias, así como el llanto, los desplantes o berrinches.

El silencio es el maestro que puede dejar una gran enseñanza a su paso.

La decisión una vez tomada no revira, lo que sigue es continuar, porque no se puede volver atrás, solo se puede hacer ajustes sobre la postura que se tomó.

Estas reflexione­s ayudan a pensar en por qué hay que cuidar el discurso, cada palabra es una llave que puede abrir o cerrar puertas y no se requiere ser un gran orador para ello.

Toda acción tiene que ver con actitudes que se manifiesta­n verbalment­e o de ma- nera implícita.

El lenguaje en ambas categorías es predecible y es lo que da soporte y credibilid­ad como por ejemplo la expresión “palabra de honor”, eso sella un pacto de ser tal como se dice.

Desgraciad­amente, la incongruen­cia entre lo que se habla y lo que se ejecuta es uno de los grandes problemas sociales.

Es de vital importanci­a tomar en cuenta que lo que se expresa o se calla tiene peso y por lo tanto tiene consecuenc­ias, porque decir decide y muestra la firmeza o la seguridad ante dicha situación.

Una vez que se toma una postura nada la cambiará por un sencilla razón: la fuerza tácita, única e inamovible que denota su poder, por tal motivo es recomendab­le ser impecable con las palabras, ya que al emitirlas se acerca el futuro al presente casi sin darse cuenta.

El peso de una palabra puede dar a la vida un giro inesperado.

Definitiva­mente, hay que pensar antes de hablar.

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