Más de 300 mil visitan la muestra de Warhol
Ayer hubo largas filas para apreciar las piezas expuestas en la Ciudad de México
tardece mientras estoy fondeado cerca de tierra, al pie de un acantilado de mediana altura. El lugar es tranquilo, pues la playa está lejos y en las proximidades sólo hay una antigua torre vigía medio en ruinas, como la de El pintor de batallas, y una urbanización a lo lejos, medio oculta por las rocas. El mar Mediterráneo está muy quieto y estoy sentado a popa, leyendo por enésima vez Juventud, de Joseph Conrad. En la pared rocosa que tengo a menos de un cable hay tallada una escalera que lleva a un pequeño mirador, y de vez en cuando oigo los chapuzones de una docena de muchachos que se arrojan al agua desde allí, suben y vuelven a arrojarse de nuevo. A veces dejo de leer, levanto la vista y los observo. Son una pandilla, chicos y chicas entre los doce y los quince años, de ésas que suelen formarse en verano. Sin duda son de la urbanización cercana. Cuando se cansan del agua se sientan en el repecho, con las piernas colgado, a mirar el mar. A ratos, el incipiente terral trae el eco de sus voces y sus risas.
Cierro un momento el libro y los observo con más atención. La pareja, chico y chica sentados un poco aparte, que charla en voz baja. El que parece líder del grupo. El tímido algo marginado. El que les arranca carcajadas. El audaz que se lanza al gua desde más arriba que los otros. Las tres jovencitas sentadas aparte, hablando de sus cosas… Los reconozco tan fácilmente como si yo mismo fuera uno de ellos. Cualquiera de ustedes los reconocería, supongo. No hay nada de extraño en eso, pues también fuimos ellos alguna vez: veranos que parecían interminables, atardeceres cárdenos, rumor suave del agua en la orilla, sabor de sal, juegos, chapuzones, reuniones al atardecer en lugares como éste, primeros ensayos de libertad, de amistad, de amor. El roce de una mano, las miradas reveladoras de sentimientos, el primer atisbo de la zona no bronceada en una piel morena, el calor de un cuerpo cercano, o el primer beso. El despertar al mundo, al sexo, a la vida, gracias al mar cercano y cómplice.
Sigo mirando a los chicos del acantilado. Los conozco bien, como digo. Cada año desde hace muchos, cuando aferro las velas y echo el ancla en este lugar, ellos siguen ahí sin envejecer nunca, en el mirador tallado en la roca. Siempre distintos y siempre idénticos. Se van relevando a sí mismos y siempre tienen entre doce y quince años, y la pareja se sienta un poco aparte, y el líder de la pandilla sugiere tal o cual cosa, y el tímido mira de lejos a la muchacha que le gusta, y el gracioso los hace reír a todos, y el audaz se lanza al agua desde más arriba, y las tres jovencitas siguen sentadas un poquito aparte, mirando a hurtadillas a los chicos mientras hablan de sus cosas. Y aunque todos ellos, los que fueron y los que fuimos, ya se encuentran lejos de allí, o quizá son padres y abuelos que ahora están en esa urbanización cercana, sentados viendo la tele, o la vida los llevó a lugares distintos, o los borró de ella hace muchos años, esa pandilla de chicos tostados por el sol y con sal en la piel, con las piernas colgando del repecho del mirador, obra el milagro de mantener intacto el bucle de la memoria y de la vida que se renueva a sí misma. Y ustedes, y yo, y cuantos nos precedieron junto al viejo mar impasible, seguimos sentados ahí arriba, despertando cada verano al mundo, al amor, al sexo y a la vida mientras alguien nos observa desde lejos, quizá desde un velero solitario anclado en la bahía, con un libro en las manos. Y ese alguien sonríe, porque comprende; y de ese modo, con la sonrisa aún en la boca, vuelve al viejo Conrad y lee:
“Lo más maravilloso de todo es el mar, o eso creo. El mismo mar. ¿O es sólo la juventud? ¿Quién sabe? Todos habéis logrado algo en la vida; dinero, amor, cuanto se consigue en tierra. Pero decidme: ¿No fue el mejor de los tiempos cuando éramos jóvenes y no teníamos nada, en el mar que no daba más que duros golpes y a veces una oportunidad para ponernos a prueba, sólo eso. ¿No es lo que echáis de menos?
“Y todos asentimos: el financiero, el contable, al abogado, asentimos sobre la mesa pulida que, como una lámina de agua parda e inmóvil reflejaba nuestras caras con surcos y arrugas, marcadas por la fatiga del trabajo, las decepciones, los éxitos, el amor; nuestros ojos fatigados que buscaban todavía, buscaban siempre, buscaban ansiosos ese algo de vida que mientras se espera ya se ha ido, que ha pasado sin ser visto, en un suspiro, en un instante, junto con la juventud, con la fuerza, con el ensueño de las ilusiones”. *Miembro de la Real Academia Española. Leticia Sánchez Medel/
Hoy es el último día para poder admirar la exposición AndyWarhol.Estrella oscura, en el Museo Jumex. La muestra, que presenta el trabajo más significativo del célebre artista estadunidense, entre dibujos preparatorios, collages, instrucciones, facturas y hasta los esténciles originales para sus pinturas de las latas Campbell’s, fue abierta el pasado 2 de junio y ha sido admirada por más de 300 mil personas.
Un provocador del arte contemporáneo, Warhol experimentó en todos los ámbitos de la creación artística; así, en más de 300 pinturas demuestra su obsesión con las imágenes inéditas de Jacqueline, viuda del presidente John F. Kennedy.
Ayer, el público capitalino se detenía a ver lo que solo conocía por referencias fotográficas o bibliográficas, como de las célebres latas de sopa Campbell’s. Tomaba tiempo apreciar lo que fue su primera serie de imágenes: Warhol había jugado con esas imágenes desde 1961, pero fue hasta su famosa exposición de 32 latas en la Ferus Gallery, de Los Ángeles, en julio de 1962, cuando dio un paso radical en la historia del arte de la posguerra al dedicarse a pintar fríos rostros independientes en cada una de las variedades que existían de la sopa. Entre las pinturas que no pasan desapercibidas están las de Nao, encarnación pictórica del culto a la personalidad. Allí se demuestra la lógica que subyace a la obra de Warhol: la fama, la infamia y la celebridad se manifiestan en plenitud en un mundo que ha sido alterado para siempre por la expansión de los medios globales.
En mayo de 1965, Warhol también se dedicó al cine; dijo que se retiraba de la pintura porque el arte dejaba de ser divertido para él.
Al final de la muestra, como consolación, los visitantes pueden comprar una lata de jugo Jumex con la imagen del artista o una reproducción de algunas de sus obras más famosas.