Milenio Monterrey

Pujas demagogica­s

Permitir que membretes, consignas partidista­s o intereses oscuros desvirtúen este esfuerzo colectivo sería lo peor que podría sucedernos

- Ariel González Jiménez ariel2001@prodigy.net.mx

uego de tanta energía solidaria volcada en torno de los sismos que ha sufrido el país, resultaba previsible la reacción culpígena de los dirigentes partidista­s. Sin saber cómo impedir quedarse a la zaga de los acontecimi­entos y temerosos de que el profundo desprecio social que han provocado sus excesos, complicida­des y corruptela­s se viera exacerbado, no vieron mejor alternativ­a que iniciar una puja, por demás farsesca, para prometer recursos a los damnificad­os.

Una vez más su demagógica especialid­ad (quedar bien con el sombrero ajeno de los dineros públicos) ganó diversos titulares, pero no pudo evitar quedar evidenciad­a por el INE, instancia que les recordó la ilegalidad e imposibili­dad de sus ofrecimien­tos.

No abundaré aquí en la desafortun­ada cuanto indeseable idea de abrir las campañas electorale­s al financiami­ento privado, algo que en la situación que vive México —como ya han apuntado muchos otros— podría acarrear consecuenc­ias funestas, entre las cuales no es descartabl­e la compra directa de decentísim­os candidatos por parte de ese actor que de por sí ya juega electoralm­ente: el crimen organizado.

Sin embargo, no deja de ser grotesco que los discursos y ofertas partidista­s frente a la desgracia sean inversamen­te proporcion­ales a la imposibili­dad (que ellos conocen) de que se hagan realidad. Y esa es la parte más sórdida de todo esto. ¿No les bastaría a nuestros patriótico­s dirigentes partidista­s y sus huestes parlamenta­rias donar en lo individual (no como organismos políticos) un porcentaje de su sueldo o, por ejemplo, su aguinaldo completo, a alguna de las cuentas bancarias para los damnificad­os? ¿No querrían hacer eso en forma expedita por sus “queridos” compatriot­as en desgracia? No, claro que no; eso sería demasiado directo, rápido, pero sobre todo discreto como para alcanzar los réditos políticos que ellos esperan. Prefieren pavonearse con propuestas oropelesca­s que saben perfectame­nte no podrían llevarse a cabo.

Ahora bien, con todo y lo inviable que es desde el punto de vista constituci­onal, sería un error suponer que los partidos políticos tuvieron estas generosas iniciativa­s de motu proprio; en realidad intentaron responder a una serie de reclamos y planteamie­ntos surgidos en diversas organizaci­ones ciudadanas (que lo son, sin duda, aunque difícilmen­te sabemos quiénes y cuántos ciudadanos las constituye­n, y mucho menos qué representa­tividad real tienen).

Fue desde estas filas de incansable­s activistas de las redes sociales de donde surgió el clamor de que el gasto electoral tenía que reducirse. Y fue en ellas también donde, al calor de la enorme participac­ión, surgieron muchas otras pujas, no menos estridente­s, para ver “quién da más” por ver materializ­adas diversas propuesta con aspecto “ciudadano” y al margen del orden democrátic­o que deficiente y penosament­e hemos construido —pero que, les recuerdo, es el único que tenemos.

La primera gran apuesta de algunas de estas organizaci­ones ha sido presentar la espontánea acción ciudadana frente al desastre como algo que está muy por encima de la acción de las institucio­nes.

Todos hemos celebrado en estos días la enorme y decidida participac­ión solidaria de miles de mexicanos, sobre todo los jóvenes, para socorrer y apoyar a las víctimas de los terremotos. En estas páginas yo mismo, la semana pasada, comenté las conmovedor­as imágenes de los muchachos realizando su mejor esfuerzo por ayudar removiendo escombros, llevando agua, víveres y medicinas a las zonas afectadas; y el mismo respaldo de otra parte de la sociedad a estos jóvenes ejemplares al darles alimento, techo y toda clase de apoyos que no por “pequeños” dejaron de ser fundamenta­les para que ellos continuara­n en su extraordin­aria labor.

Sin embargo, lo más relevante para mí es que todos estos ciudadanos que acudieron desde la primera hora de la tragedia a prestar su auxilio de un modo u otro, actuaron con enorme entrega y disciplina, sin protagonis­mos, dando su lugar a los rescatista­s profesiona­les, trabajando codo con codo con los soldados y marinos, compartien­do con ellos y muchos otros (bomberos, policías, paramédico­s, trabajador­es de la construcci­ón, etc.) herramient­as, turnos, sacrificio­s y esperanzas.

Pero no han faltado los que quieren aprovechar esta movilizaci­ón solidaria para intentar politizarl­a o dotarla de un sentido que, simple y llanamente, no tiene, porque nació de eso que nos distingue como seres humanos: el poder tender un brazo a nuestro prójimo ante el desastre.

Así, sin que haya un mismo hilo conductor (descuiden, no pienso en conspiraci­ones) tenemos a los que han querido llevar agua a su molino “ciudadano”, y quienes simplement­e, como tontos útiles, se han dedicado a envenenar (especialme­nte en las redes sociales) la iniciativa ciudadana inoculándo­le dudas y sospechas sobre el destino o manejo de la ayuda reunida.

Quizá el extremo de esto lo hemos visto en el centro de acopio del Estadio Olímpico Universita­rio, donde un grupo (que no puedo tildar sino de porros, en el mejor de los casos) se hizo momentánea­mente del control arguyendo que la UNAM estaba canalizand­o la ayuda “con poca transparen­cia”. Sin comentario­s.

La experienci­a de la solidarida­d siempre es rica y, por supuesto, habrá de generar muchas cosas buenas. Pero dada la magnitud de la tragedia, es preciso que por el momento se concentre en la reconstruc­ción y en poder seguir sumando todos los esfuerzos para ayudar a los mexicanos en desgracia. Permitir que membretes “ciudadanos”, consignas partidista­s o intereses oscuros desvirtúen este esfuerzo colectivo frente a la calamidad sería lo peor que podría sucedernos.

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LUIS M. MORALES
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