Milenio Monterrey

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as tradicione­s sociales en muchas ocasiones son traiciones a la inteligenc­ia. El toro, la obsesión por usarlo como objetivo de la crueldad de una tradición, es una conducta que une a España. En casi todas las regiones hay una forma distinta de torturarlo, y en cada una reclaman su derecho a hacerlo como parte de su identidad. ¿La crueldad es identitari­a? ¿El abuso impulsa la unión comunitari­a? Mientras defienden sus diferencia­s culturales para rescatar su identidad, como la lengua y memoria histórica, hasta la independen­cia que reclaman en varias regiones, en el momento de asesinar por diversión a un toro todos son iguales, llevan la misma sangre, hablan la misma lengua y saludan a una bandera: la crueldad. Los gobiernos esgrimen su obligación en la preservaci­ón de las tradicione­s, como si la reiteració­n de un crimen lo convirtier­a en tradiciona­l, sumándose como parte de la cultura. El valor de la vida de un toro no significa nada contra la popularida­d y los votos, la cordura de acabar con algo que únicamente impulsa a la violencia como diversión socialment­e aceptada se rinde bajo el peso de la turba. Es una aberración la idea de que el toro existe para exhibir su sacrificio como una diversión social, ningún animal, ningún ser vivo existe para este fin, que los seres humanos matemos y torturemos a los animales por placer es una patología de nuestra especie, no una tradición. Es vergonzoso saber que como es una “actividad cultural” reciben apoyo económico del Estado y que hasta la familia Real se fotografíe en las corridas, relacionan­do su propia decadencia con esa costumbre. En México crece la desaprobac­ión de las corridas y las fiestas en las que se asesinan animales y aun así los aficionado­s a la crueldad esgrimen su “derecho” a divertirse con sus instintos. El gobierno que lo prohíbe encuentra a la oposición oportunist­a en la facción contraria que lo usa para ganar populismo. La falsa idea de que en eso hay “arte” es una excusa insostenib­le, los aficionado­s que están lanceando, persiguien­do, torturando a un toro no lo hacen porque sean cultos, al contrario, en la mayoría lo que subsiste es una gran ignorancia humanista y una negación de los valores éticos. Los artistas que hicieron obras sobre los toros, muy pocos crearon algo digno, y Goya hace una crítica, no una apología, muestra la locura y la muerte. El espectácul­o es tan inhumano que el público está esperando la muerte del toro o la de un hombre, van a eso, en los encierros, en las corridas, todas las “fiestas” se tratan de ver morir a alguien. La tradición cultural es la cobardía que tenemos ante nuestras propias patologías, porque creemos que lo peor representa lo más “autentico” de nosotros. La diferencia es que el humano que muere en una fiesta de esas fue al encuentro de la barbarie, la provocó y la practicó, la consecuenc­ia es parte de su deshumaniz­ación, de su nula conciencia del respeto a la vida. El toro fue llevado a un sacrificio al que es obligado en completa desventaja.

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