Milenio Monterrey

La serie Narcos

- Alfredo C. Villeda www.twitter.com/acvilleda

arlos Muñoz Portal, integrante del equipo de producción de la serie Narcos de Netflix, buscaba locaciones en territorio mexiquense, contiguo a Hidalgo, cuando fue asesinado con arma de fuego a mediados de septiembre pasado. “Si voy a África a filmar leones, no puede sorprender­me que uno me mate”, resumió Sebastián Marroquín, hijo del extinto capo Pablo Escobar Gaviria, ambos personajes del aclamado programa que ya cumple tres temporadas.

Narcos es una serie dedicada en sus tres primeras temporadas a narrar la historia de los cárteles de Medellín, que encabezaba Escobar Gaviria, y de Cali, a cargo de los hermanos Gilberto y Miguel Rodríguez Orejuela, que desataron una guerra contra el gobierno, contra la población y entre ellos que dejó centenares de muertos no solo por el método de la ejecución, sino también con tácticas terrorista­s como explosivos en aviones y autos bomba en los años 80.

Las dos primeras entregas se enfocan en el ascenso, el reinado y la caída de Escobar Gaviria, interpreta­do por Wagner Moura, y su disputa con la clase política, desde el asesinato del candidato Luis Carlos Galán hasta la negociació­n y ruptura con el presidente César Gaviria, papel a cargo del mexicano Raúl Méndez, con el uso de imágenes reales de la época que intercalan en la trama. Personajes principale­s son los mandos de la embajada estadunide­nse y los agentes de la DEA y la CIA, enfrascado­s en el pleito de cómo combatir el narcotráfi­co, cada agencia en defensa de sus técnicas. En la tercera temporada es ya el cártel de Cali el hilo conductor con Damián Alcázar en el rol de Gilberto Rodríguez Orejuela, otro mexicano interpreta­ndo a un colombiano, en esta estrategia a veces incomprens­ible salvo que se trate de marketing puro: contratar a actores extranjero­s para llevar a la pantalla a personajes locales. En México traen a españoles y en Colombia a mexicanos con cartel en Hollywood, como el propio Damián, Méndez y Ana de la Reguera, quien hace de guerriller­a en algunos capítulos.

De vuelta al análisis rotundo del hijo de Escobar Gaviria, quien lleva como apellido Marroquín, pues él y su familia se cambiaron nombres cuando se refugiaron en Argentina después de la caída del capo, va más allá de la analogía que ve con un safari en la sabana. Consultado por el Daily Mirror, dice que hoy lo único que se ha transforma­do son los nombres e incluso percibe más tráfico de droga y corrupción que en los años de su padre. Por ser México un lugar tan violento, para empezar, sugiere a la producción de Narcos ser muy cuidadosos con la historia y responsabl­es, porque dice saber que a los dea

lers en Cali no les gusta la serie, les enfada que su ciudad y sus nombres sean usados para contar una historia que no se apega ciento por ciento a la realidad.

Y da un dato contundent­e: “A diario recibo docenas de correos de niños de todo el mundo. Todos quieren ser Pablo Escobar porque vieron Narcos”.

Sobre el asesinato del gerente de locaciones, Marroquín considera que no debería ser peligroso hacer estas series, pero el problema es que “glorifican la violencia y pintan a los narcos como héroes”.

En realidad son antihéroes, es decir, personajes villanos con poder, dinero, mujeres, éxito y bonitos que con base en una trama elaborada ex profeso, se ganan la simpatía del espectador, que espera a cada capítulo que el pillo se salga con la suya. Nada nuevo para el televident­e mexicano, que de años atrás está pendiente de cada nueva temporada de El

Señor de los Cielos, la serie que cuenta las andanzas de Amado Carrillo Fuentes, jefe del cártel de Juárez, y sus relaciones y pugnas con los gobiernos y El

Chapo Guzmán, su adversario del cártel de Sinaloa, aunque en este caso con muchas más licencias en cuanto a la dramatizac­ión, alejados cada vez más en las nuevas temporadas de los hechos históricos.

Un alto mando de seguridad en México lo resumió en una charla de café con el fusilero como “apología de la violencia”. Las razones y derecho pueden ser discutible­s, pero el efecto no. Es tal cual.

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LUIS MIGUEL MORALES C.
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