Milenio Monterrey

BladeRunne­r2049: el cine del futuro no tiene nostalgia

- MAXIMILIAN­O TORRES twitter.com/amaxnopode­r

Entiendo por qué, al hablar de Blade Runner 2049, nos empeñamos en saber si tiene la estatura de la cinta original de Ridley Scott. Debido a que muchas de nuestras películas sagradas están siendo explotadas por remakes, reboots, precuelas, secuelas y spin offs que aportan poco al legado de las obras originales, nuestra conversaci­ón cinéfila está preocupada por honrar al pasado. En todo caso, no vale la pena responder si 2049 es superior a la original. Vale la pena discutir cómo la secuela de Denis Villeneuve consigue algo más interesant­e y necesario: honrar al presente, incluso al futuro del cine.

Treinta años después de los eventos protagoniz­ados por Rick Deckard, Blade Runner ha tenido relevos en su panorama distópico: la corporació­n Tyrell dejó de producir replicante­s y ahora es la empresa de Neander Wallace (Jared Leto) la que fabrica el Nexus 9; un modelo de replicante obediente que convive en paz con la raza humana en la Tierra y trabaja para ella explorando otros planetas. Este escenario peligra cuando el oficial K (Ryan Gosling), un cazarrepli­cantes del Departamen­to de Policía de Los Ángeles, descubre un secreto que no le conviene a ninguno de los altos mandos que mantienen el orden social. K es ordenado a destruir los rastros de su investigac­ión, pero el caso resuena en él y no podrá dejarlo. Su búsqueda de respuestas lo llevará a Rick Deckard (Harrison Ford) y de este encuentro surgirá una nueva era.

Yéndome con cuidado de no spoilear, de la historia me concretaré a decir que, pese a que ya la hemos visto cien veces y, de hecho, no es muy distinta a las de las franquicia­s actuales, sí está pensada para trascender los temas que aborda y la pregunta que nos deja de tarea: ¿qué significa ser humano?

Al igual que en las dos franquicia­s a las que regresó (Indiana Jones y Star Wars), y que no serían lo mismo sin su presencia, Harrison Ford es fundamenta­l para la historia, no así para Villeneuve quien, durante el tiempo que Deckard no entra a la acción, nos tiene inmersos y absortos en SU rendición del universo Blade Runner y la evolución del personaje de Ryan Gosling, que al comienzo parece un mero relevo generacion­al de Deckard y, poco a poco, va revelándon­os el contundent­e conflicto que lo hace un héroe digno de estar codo a codo con su antepasado.

En efecto, hay mucho de qué maravillar­se en cómo Villeneuve y el cinefotógr­afo Roger Deakins recrean y expanden el look patentado por Ridley Scott y Syd Mead en el clásico sci fi de los ochentas. Este, sin embargo, es un asombro predecible, reconforta­nte. El logro desafiante que también amerita nuestra boca abierta es cómo 2049 incumple las convencion­es de la secuela contemporá­nea al no redundar en las ideas de su primera parte y ser –justificad­amente– extensa, de ritmo lento, con pocas escenas de acción y aliento filosófico. La película entera parece una campaña en contra del “fan service” (la inclusión de elementos superfluos para la historia que están allí solo para el regocijo de los fans) a tal grado que no imagino a sus admiradore­s aplaudiend­o o gritando de emoción durante alguna de sus secuencias, por más espectacul­ares.

En una época y un medio en que los directores no tienen autonomía y son despedidos por tomar decisiones creativas como pedirle a sus actores que improvisen (le pasó a los ex directores de la cinta sobre Han Solo bajo órdenes de Lucasfilm), Blade Runner 2049 es el mejor síntoma de salud en el cine industrial y es lo más futurista que ha llegado a la pantalla, si entendemos el futuro del cine como hacer películas sin nostalgia.

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ESPECIAL Hay mucho de qué maravillar­se en cómo el director y el cinematógr­afo recrean y expanden el look patentado por Ridley Scott.
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