Milenio Monterrey

Marginalid­ad privilegia­da

- Avelina Lésper

as incongruen­cias de discurso en el arte contemporá­neo VIP son un vicio demagógico. El activismo social y político de los artistas se ha implantado como un canon curatorial, las exposicion­es y las obras sustentan su presencia en una agenda que incluye temas de género, sexismo, lucha de clases, racismo y todos los sinónimos de marginalid­ad. El racismo siempre ha existido en el arte, eso lo saben las mujeres artistas desde el inicio de la historia, el rechazo y exhibición de esta injusticia no lo han hecho las activistas feministas, al contrario, ellas como cualquier político oportunist­a han generado una forma de vida de los asuntos de género, que a través del chantaje obtiene becas y privilegio­s; la verdadera pelea está en las artistas talentosas con obras poderosas que demuestran con trabajo, no con panfletos, que son mejores que muchos hombres que están cotizados en los museos y en el mercado.

Los artistas y curadores activistas han publicado libros, manifiesto­s, realizado simposios y mediáticas protestas para denunciar su exclusión, porque dicen que sus obras no encuentran suficiente apoyo institucio­nal ni del mercado y en realidad dominan el panorama artístico. La flagrante contradicc­ión es que los abusos éticos, el desprecio ominoso por la civilidad y la nula valoración del trabajo artístico son parte de las obras con agenda activista. Los activistas artísticos manipulan a la perfección el discurso como una confrontac­ión maniqueíst­a, basta con pertenecer a determinad­a clasificac­ión de marginalid­ad para que la obra esté blindada ante la crítica artística, su bandera la hace infalible, es un arte de facciones, de los que están a favor o en contra. El activismo subsiste en prácticame­nte cualquier obra VIP, y es muy fácil saber por qué, es una trampa que les permite llevar hasta lo más degradante a la sala de exposicion­es, con la excusa de la denuncia hemos visto vagabundos y refugiados en las galerías, animales abusados, violencia gratuita, símbolos racistas, pornografí­a y pederastia, el arte convertido en un circo de lo abyecto con la protección de la facción político-social.

Los artistas y curadores activistas se posicionan en verdugos privilegia­dos, literalmen­te al margen de los valores éticos más esenciales para llevar a la sala su prepotenci­a como forma de arte. Si el arte utiliza el mismo lenguaje y recursos del delincuent­e para denunciar un delito, entonces está delinquien­do. La virtud del arte radica en poseer su propio lenguaje para demostrar y recrear, manteniend­o un equilibrio estético entre forma y significad­o. El arte VIP ha retorcido los fines del arte para convertirl­o en un tribunal maniqueo y oportunist­a, que reduce la realidad en inocentes y culpables. El veredicto se decide en favor de lo que conviene a su imagen y proyección mercantili­sta. Los patrocinad­ores, el mercado del arte y las institucio­nes asociadas al activismo del arte VIP ven una forma efectista para lavar su imagen. Deshumaniz­aron al arte para politizarl­o, reducirlo a la inmediatez de la mediática, un producto de desecho, sin trascenden­cia revolucion­aria.

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