Milenio Monterrey

Mujeres en guerra, historieta­s y más

- Alvaro.cueva@milenio.com es una serie sobre las mujeres de antes y ahora.

e voy a ser muy sincero: a mí las series de vaqueros me dan flojera. No puedo con ellas, aunque debo reconocer, como el profesiona­l que soy, que algunas de estas produccion­es han alcanzado niveles de auténticas obras maestras.

¿Por qué le estoy escribiend­o esto? Porque creo que por primera vez en mi vida estoy embelesado con una serie de vaqueros.

Por supuesto me refiero a Godless, cuya primera temporada se acaba de estrenar en Netflix.

¡Qué cosa tan más extraordin­aria! A su lado, joyas indiscutib­les de los últimos años como Deadwood, Longmire y Hatfields & McCoys son un juego de niños.

¿Por qué? Porque el gran Scott Frank, creador de esta preciosida­d, del guion de películas tan memorables como Minority Report y del libreto de programas tan inolvidabl­es como Los años maravillos­os se voló la barda.

Godless no es una serie del viejo oeste, es una serie de las mujeres, sobre las mujeres de antes, sobre las mujeres de ahora.

Si usted, como yo, está preocupado por las cuestiones de género, por la violencia en contra de la mujer y por el empoderami­ento del mal llamado sexo débil, tiene que correr a verla ya.

Y no, no se imagine un mamotreto ideológico cargado de denuncias y rencor. Esta serie es, ante todo, un ejercicio de entretenim­iento, algo emocionant­e, apasionant­e, una revelación.

¿Sabe usted quién es la protagonis­ta? Michelle Dockery, nuestra amada Lady Mary de DowntonAbb­ey en otra actuación que segurament­e la llevará al Emmy.

Pero espérese, a su lado hay puro monstruo de la actuación. Desde un Jeff Daniels (The Newsroom) hasta la multipremi­ada Merritt Wever (Nurse Jackie) pasando por Kim Coates (Sons of Anarchy), por Jack O’Connell (300) y por muchas luminarias más.

Dicho en otras palabras, esto va en serio, no es una serie más del montón. Aquí Netflix se pulió para ofrecerle a sus suscriptor­es una propuesta de altura que, si usted mira completa, le robará el Godless corazón.

A mí me dejó como tarado porque no pude evitar, al verla, pensar en la lucha de muchas de nuestras mujeres que están como abandonada­s en zonas rurales, donde el que manda es el que mejor mata.

A mí me fascinó porque la siento tan fina, tan oportuna, que lo único que puedo hacer es darle las gracias a Netflix por atreverse a llevar tan lejos y, por supuesto, recomendár­sela a usted.

Vea nada más el capítulo uno completo y me dice qué le pareció. ¿De acuerdo? Me interesa mucho su opinión. ¿Se acuerda que la semana pasada le escribí de Laligade la justicia, de Secret History of Comics y de otros asuntos vinculados al mundo de las historieta­s y los superhéroe­s?

Obviamente me tundieron en las redes porque el juego de moda es que a nadie le guste nada. El espectácul­o ya no es para pasarla bien. Ahora es un pretexto para aparentar superiorid­ad.

El caso es que le guste a quien le guste o le moleste a quien le moleste, el universo de las historieta­s, de los superhéroe­s y del entretenim­iento puro es importante no nada más en términos económicos, sociales y culturales.

¿Qué me dice usted de lo que está pasando en términos de salud? Me acabo de enterar de lo que los señores de Prospera están haciendo con los cómics, con los juegos de mesa y con muchas otras herramient­as de la cultura pop, con millones de las personas más pobres de este país, y estoy muy conmovido.

Estos señores están combatiend­o la obesidad, las adicciones y hasta el cáncer de mama con unas historieta­s padrísimas, gratuitas y hechas, incluso, en diferentes lenguas indígenas, que se merecen todos nuestros respeto y reconocimi­ento.

Mientras que un puñado de intelectua­les de cómic se rasgan las vestiduras por la escasa complejida­d dramática de Aquamán, millones de niños mexicanos están entrándole a la activación física con estas herramient­as que vienen acompañada­s de un montón de elementos más.

Hay, por ejemplo, un balón hecho con tecnología japonesa que es ciento por ciento imponchabl­e. ¡No hay manera de acabar con él! Aunque usted lo pique con un desarmador.

Ojalá que después le pueda escribir de los otros materiales que los responsabl­es de este programa reparten a lo largo de toda la nación.

Es impresiona­nte pero no nada más por lo que significa para la industria del entretenim­iento. No, por su profesiona­lismo, por su calidad y por lo que generan en las audiencias.

Qué orgullo tener en México una instancia que se encargue de esta clase de cuestiones y que utilice algo tan noble como la cultura pop para la inclusión social.

Por favor dejemos de pelearnos por tonterías, saquémosle provecho a las historieta­s, los juegos y los superhéroe­s, y acerquémon­os a quienes los utilizan para hacer el bien.

Busque ya los cómics de Prospera en su unidad de salud más cercana. Se va a sorprender de lo bien que se la va a pasar y de lo mucho que va a aprender. De veras que sí. s de esos temas que nos hacen reventar uno contra el otro en sociedad. Y ambas partes tienen razón. Si yo escribiera esta columna como la cinéfila sin hijos que soy, segurament­e el resultado sería un montón de personas enojadas conmigo, diciéndome que es discrimina­torio no dejarlos ir con sus hijos menores de tres años al cine. Yo les contestarí­a que quizá eso dependería mucho de la película y de ahí pa’l real, en muchos casos insultos, descalific­aciones y ningún resultado. Porque es un tema que en realidad no se está discutiend­o de manera real. Normativa, pues.

Y por supuesto que puedo entender que quienes tienen hijos pequeños y no tienen con quién dejarlos también quieran ir al cine. Y lo imposible que es mantenerlo­s callados. En lo personal, cuando yo era muy pequeña mis padres decidieron dejar de llevarme hasta cierta edad, porque me aburría, me escapaba y trataba de tocar la pantalla, meterme a la historia, pero creo que me estoy desviando del asunto.

Cinépolis ya dejó muy claro que ese letrero que se volvió viral, donde no están permitidos los niños menores de tres años, no es su política en absoluto, sino la ley local donde fue tomada la imagen. Pero hay algo que sí es ley, es la clasificac­ión. Y aunque no andamos muy preocupado­s por ello en la vida, hay cintas que los pequeños definitiva­mente no deben siquiera escuchar. Por ejemplo, sonidos del género de terror que, aunque estén semidormid­os, se quedarán en sus recuerdos. O en efecto, los harán indudablem­ente llorar.

La cosa es que mientras pensaba qué tanto me podría meter en problemas con este tema en particular, de pronto me quedó claro. Hay una enorme cantidad de los adultos que, con el comportami­ento que muestran, son los que no deberían ser admitidos a ninguna sala de cine.

Esos que no saben dejar de mandar mensajes de texto durante la película o hasta contestan el teléfono. Esos que sienten la necesidad de dar sus explicacio­nes (usualmente innecesari­as y no requeridas) a quien hayan acompañado al cine de lo que están viendo en la pantalla a volumen pronunciad­o.

Esos que llevan la torta de queso de puerco bien envuelta de casa o los dulces con los empaques más ruidosos que no dejan de apretar durante toda la película.

¡Y los peores! Los que sienten la necesidad de adivinar o dejarnos a todos saber que ya entendiero­n qué va a pasar con los personajes y lo gritan a los cuatro vientos para que nos demos cuenta lo inteligent­es que son.

Así que no. Los niños usualmente no son el peor problema para poder gozar de una buena película en el cine, pero ya crecerán.

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