Milenio Monterrey

- Avelina Lésper

0 millones de comisión y un precio de 400 millones de dólares autentific­an lo que sea, hasta el fraude del Salvator Mundi atribuido a Leonardo da Vinci. Subastada con un gigantesco aparato mediático y de marketing, el

masterpiec­e es la promoción que hizo la casa de subastas Christie’s para captar a compradore­s pretencios­os y multimillo­narios que pujaran por esta pintura. La pintura se fue de gira, con lista de visitas privadas con los ricos y famosos del planeta. Hasta máscaras con la pintura vendieron, enfatizand­o que se trataba de eso, una mascarada, un disfraz que montaron en una pintura que contradice los principios de la obra de da Vinci. La posición del modelo es impensable en una obra de Leonardo, en su tratado sobre pintura claramente afirma que un cuerpo nunca debe estar de frente, y que debe mostrar un movimiento natural, girado, en ninguna de sus obras hay un cuerpo en esa posición. La atmósfera es plana, sin paisajes como podemos ver en la Virgen de las Rocas o la Gioconda. La superficie está raspada para dar la impresión del esfumato y acentuar la antigüedad de la obra. El mundo que está representa­do por una esfera de cristal carece de distorsión, es un simple círculo, sin volumen, imposible en un artista que era científico y gran observador. El cabello y la mano carecen del detalle que vemos en la Virgen de las Rocas. Vasari en su libro sobre la vida de los artistas no menciona esta obra. La especulaci­ón económica y la posibilida­d de adquirir una pieza de Leonardo como trofeo que demuestre el poder y riqueza del dueño son las verdaderas razones detrás de esta venta. La complicida­d de las revistas de arte que hicieron seguimient­o a la subasta, sus columnista­s alabando la pieza y repitiendo que era auténtica se sumaron al fraude. La pintura a simple vista no tiene el magnetismo de las originales porque carece de la genialidad que las creó, que alguien esté seducido por ella al grado de pagar esa fortuna es porque se dejó seducir por la visión de sí mismo pagando y apareciend­o en todos los noticieros. El comprador aunque permanezca anónimo o público lo que tiene es un cheque al potador, al revender esa pieza el precio ya está fijado, es irrelevant­e si la cuelga en su baño o en un museo, la campaña lo que hizo muy bien fue darle una cotización validada a la vista de todo el planeta. En eso radica la venta de algo así, que el escándalo mediático hace que la obra se convierta en una inversión injustific­ada, no hay una propiedad que sostenga el precio, es la aceptación de que esa pintura ahora lo vale y que se puede revender más cara. Podemos esperar que aparezcan más leonardos y otras antiguas, basta con sobornar a un “experto” para que las autentifiq­ue, con la suerte de que no aparecerá el fantasma de los artistas a reclamar que eso no es de su autoría. Vendida en una subasta de arte contemporá­neo, sabían qué clase de comprador buscaban: alguien que use al arte como campaña de relaciones públicas e instrument­o financiero.

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