n su novela Jurassic Park, Michael Crichton tejió la solución científica de la resurrección ficticia de los dinosaurios con la consulta a varios expertos en la materia sobre la eventualidad, hoy imposible aún, de extraer ADN de un mosquito prehistórico atrapado en ámbar después de su última cena, consistente en sangre de un gigante de aquellas especies que dominaron el mundo durante los periodos Jurásico y Cretácico.
Ahora los paleontólogos han reportado un hallazgo en esa dirección en Myanmar, en la frontera con China, que añade información fundamental y va dando luz a huecos en la investigación sobre el pasado del planeta, si bien no es suficiente para pensar en traer de vuelta a la vida a los dinosaurios. Nada por el estilo.
Atrapada en ámbar, una pluma de nanoraptor, una especie tan pequeña como un colibrí actual, contiene algo más que un tubo con barbillas: una garrapata cretácica con una edad aproximada de 99 millones de años. De los cinco ejemplares de este arácnido prehistórico ahí recolectados, bautizado con singular tino Deinocroton draculi, solo uno, ahíto de sangre, quedó petrificado aferrado a su presunto alimento favorito.
El ADN, degradado por el paso del tiempo, es inservible para sueños como el de Crichton, que Steven Spielberg llevó con éxito al cine con dos entregas dirigidas por él y un par más en las que figura como productor, al igual que en la ya programada para estrenarse en junio próximo, Mundo Jurásico, el reino caído, con la bella Bryce Dallas Howard y Chris Pratt.
Sin embargo, el hallazgo pone color a zonas oscuras de la indagación paleontológica, de acuerdo con el reporte de Nature Communications y el New York Times. Primero la existencia de larvas junto a la pluma fortalece la hipótesis de que vivían en nidos de dinosaurios, en este caso de un pequeño terópodo, el más antiguo ancestro de las aves modernas.
Es decir, se ofrece poderosa evidencia de que los dinosaurios criaban en nidos y que los parásitos los infestaban. Antes de este descubrimiento, se creía que estos arácnidos solo chupaban la sangre de los antiguos anfibios y millones de años después de los mamíferos, pero no de los reptiles emplumados.
Además, la especie de garrapata atrapada en el ámbar es nueva, lo que abre otro flanco de investigación sobre el árbol familiar de los chupasangre, cuyos más antiguos antepasados datan de hace 300 millones de años. El hallazgo actual representa un vistazo por microscopio a la vida en los bosques de hace casi 100 millones de años.
Ricardo Pérez de la Fuente, paleobiólogo de la Universidad de Oxford y coautor de la investigación, aclara que el tamaño de la garrapata estudiada es ocho veces el normal por su última cena, que es imposible determinar si esa sangre pertenece a un nanoraptor (aunque la pluma sí) o a otra especie y que, por supuesto, no hay lugar para fantasear con Jurassic Park. Aún.
Hay otro dato fuera de los reportes sobre el que acaso sea prudente un apunte. En su forma actual, una garrapata es una de las dos familias de pequeños parásitos arácnidos (es decir, tienen ocho patas) que se alimentan por succión de la sangre de animales de sangre caliente, lo que fortalece otra de las hipótesis más favorecidas en los últimos años relativa a que algunas especies de dinosaurios eran, precisamente, de sangre caliente, como pudo ser el nanoraptor en cuestión, y no fría, como el común de los reptiles del presente: cocodrilos, serpientes, iguanas… Así, el mito de los chupasangre, de data antigua entre los humanos, tiene un origen más antiguo de lo que se creía, más allá de los griegos. En el reino de los dinosaurios.