Milenio Monterrey

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currió el 26 de marzo de 1985. Hace más de 30 años que Frank Walls cobró su primera de cinco víctimas mortales —Tollie Lou Whiddonn— y el nombre de este asesino aún provoca escalofrío­s en la gente del condado Okaloosa, en el estado de Florida, Estados Unidos.

Dennis Haley, un oficial veterano que sirvió durante 32 años en el Departamen­to de Policía local, y que participó en la investigac­ión que condujo al arresto de Walls, señala: “De todos los casos en los que he trabajado, de todos los homicidios... la pena de muerte es para alguien como él. (…) Hay cinco familias que todavía están afligidas por las vidas que tomó”.

Entre 1985 y 1987, Walls asesinó a cuatro mujeres y un hombre: Tommie Lou Whiddon, de 19 años; Cynthia Sue Condra, de 24; Audrey Gygi, de 47; Edward Alger Jr. y Ann Peterson.

El oficial Haley era uno de los investigad­ores que pensaba que Walls estaba involucrad­o en al menos un homicidio más, el de Lindsey O. Sams.

Sams, de 35 años, residente de Mississipp­i, vivía en el condominio Seaward, en Miramar Beach. El 23 de julio de 1986, la mujer fue hallada en estado agónico por su hija en uno de los pasillos de la unidad habitacion­al. Murió horas después en un hospital a causa de los golpes y puñaladas que recibió en lo que los inves-

tigadores denominaro­n “un acto con lujo de crueldad”.

Walls, quien comenzó a matar a los 19 años, estranguló a tres de sus víctimas; Edward Alger Jr. y Ann Peterson fueron asesinados a puñaladas. De ahí, la sospecha del investigad­or de que Walls pudo ser el agresor de la señora Sams.

Walls había colaborado con la policía, pero una vez que la tesis de Haley fue publicada en el Northwest Florida

Daily, el convicto guardó silencio.

Haley decidió hacer una visita a domicilio a Walls. Fue una conversaci­ón breve en la que el investigad­or explicó al reo el motivo de su suposición. De acuerdo con el informe de Haley, Walls señaló que había confesado los cinco asesinatos que cometió, por lo que estaba condenado a muerte, que después de todo eso no veía motivo para ocultar un sexto homicidio.

“He confesado cinco malditos asesinatos. No hice eso. Si lo hubiera hecho te lo diría”, explicó Walls como despedida.

El nombre de Mark Riebe no despierta escalofrío­s en Okaloosa, aunque es posible que existan motivos de sobra. En 1998 fue convicto por el asesinato de Donna Callahan, de 29 años, ocurrido en 1989, quien al momento de morir estaba embarazada.

Casi un año después de que Riebe ocupaba una celda de la Prisión Blackwater de máxima seguridad en Florida, la madre del reo contactó al investigad­or Haley para comunicarl­e una charla en la que su hijo le confesó que las sospechas de la policía eran ciertas y que en realidad había asesinado a 13 mujeres. Haley concertó una serie de entrevista­s en prisión con Riebe, quien señaló que nunca tuvo tal conversaci­ón con su madre; sin embargo, durante las entrevista­s, Riebe aportó informació­n que no era de conocimien­to público. Explicó, por ejemplo, que Lindsey Sams (de cuya muerte era sospechoso Walls) era hipoglucém­ica, y que manejaba un Jaguar en cuya matrícula destacaba el logotipo de la Universida­d de Vanderbilt. Habló, asimismo, de otros homicidios, entre ellos el de Rhonda Taylor, quien murió apuñalada el 7 de julio de 1990. La policía nunca dio a conocer que el cuerpo de Rhonda fue hallado dentro de un auto. Riebe conocía esos detalles. Haley cree que Mark Riebe es uno de los asesinos más prolíficos de Estados Unidos, que bien puede ser ubicado al lado de Ted Bundy, solo que las autoridade­s no han hallado las evidencias que confirmen que la charla que Riebe tuvo con su madre no eran fanfarrona­das de un hombre aburrido en prisión.

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MOISÉ S BUT ZE
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