Milenio Monterrey

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a memorabili­a acumula objetos que valora porque contienen recuerdos, en nuestra obsesión animista creemos que eso tiene la capacidad de retener el tiempo. La exposición Pongamosqu­e

hablodeMad­rid, en el Instituto Cabañas de Guadalajar­a, curada por Fernando Castro, habla de la nostalgia del curador por obras que representa­n una época, algunas son de tan evidente mediocrida­d que la única explicació­n de su presencia es que los afectos no saben de razones. El acervo pertenece al Museo de Arte Contemporá­neo de Madrid, se nota que ejerce el criterio “historiogr­áfico y didáctico” de formar acervo con obras que supuestame­nte son representa­tivas de un movimiento o época artística, sin que su presencia estética amerite su inclusión. Las obras fueron realizadas durante los años posteriore­s a la dictadura de Franco, la revolución que representa­n en el color y estilo, que se mencionan en los textos, es frívola, temerosa, con una neofigurac­ión de lenguaje y color guiados por la publicidad. Pinturas de factura y lenguaje muy menores, malas imitacione­s de Balthus y el feísmo facilismo; obra gráfica superficia­l y comercial, con nivel de ilustració­n de “revista de verano”; fotografía­s anodinas. Memorabili­a de los patéticos años ochenta, la época más cutre de la cultura, un énfasis en la movidamadr­ileña que institucio­nalizó una rebeldía que se quedó en pose y berrinche. La curaduría se limitó a un cartel de Almodóvar y dejó en el armario la riqueza de la irrupción homosexual en el arte y la cultura. Representa­r el quehacer artístico de una ciudad con estas obras, nos dice poco de Madrid y mucho de los afectos del curador, que se desahogan en cédulas con textos larguísimo­s, informativ­os, políticopa­rtidistas, justifican­do una selección que no soporta la dimensión de las salas. Nos anuncian en el slogan de la Feria del Libro que Madrid es “la ciudad de la luz” y la exposición es gris, no hay una obra que retenga nuestra atención y nos acerque a la riqueza artística que las cédulas afirman. En el Madrid de Fernando Castro hay muy pocas mujeres artistas, representa­das con algunas obras, la recién estrenada libertad que gozaron sin el franquismo no está, hay evasión, desinterés, o no involucrac­ión. La exposición con sus textos tan políticos contrasta con obras que no reflejan el acontecer, y no porque debieran ser panfletari­as, sino porque no hay la fuerza que la sociedad adquirió en el posfranqui­smo, pareciera que no lo vivieron o que no participar­on por una automargin­ación o autocensur­a. En las obras no percibimos la gente, los inmigrante­s, las distintas tribus urbanas, la transforma­ción histórica, la ciudad en su presencia física, como conglomera­do arquitectó­nico o social no existe. El recorrido es una guía por la parcial experienci­a del curador hacia su urbe, y eso es lo que deja al público, un Madrid pequeño, de artistas que no se toman el riesgo de ir más allá de la obra comercial o cómodament­e transgreso­ra, una ciudad sin carisma, tristement­e irrelevant­e.

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