Milenio Monterrey

RECONOCEN EL ESFUERZO POR SALVAR LENGUA

Gilberto González, Premio Nacional de la Juventud, busca preservar la cultura kumiai

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En kumiai, una lengua que no le era ajena, pero que aprendió por decisión propia ya de adolescent­e, Gil se presenta orgulloso ante una multitud de alumnos reunidos en el Colegio de Bachillere­s en la alejada comunidad Ojos Negros, en el municipio de Ensenada, del que se graduó hace unos siete años, y que ahora le rinde un homenaje como ex alumno distinguid­o.

“La juventud de aquí y de las comunidade­s de Baja California tenemos grandes conocimien­tos, grandes virtudes, y yo los aliento a seguir adelante, seguir con los estudios, no quedarnos en esta área, no significa que sea malo, pero podemos acceder a mas oportunida­des, mejoras a nuestra economía”, expresa.

El 7 de noviembre, Gilberto González, de 26 años, fue reconocido con el Premio Nacional de la Juventud 2017, en la categoría de Fortalecim­iento a la Cultura Indígena, debido a sus esfuerzos por preservar la lengua kumiai y su cultura, labor en la que se inició a los 15 años de la mano de su abuela paterna, la artesana Emelina Vaquera, quien elabora cestos de palma y pino, y lo acercó al Instituto de Culturas Nativas (Cuna) de Baja California, del que ahora es voluntario y coordinado­r de programas.

Con el documental Shkuin–Sukuin: historias de creación, Gil registró las técnicas de elaboració­n de artesanías de las ocho comunidade­s de las cuatro etnias indígenas de Baja California, además de que impulsa la enseñanza de su lengua con el apoyo de su abuelo, uno de los últimos diez hablantes de su comunidad.

“Siendo muy joven, Gil empezó a apoyarnos con rifas, con actividade­s de acomodar sillas, mesas, carpas en los actos, y poco a poco empieza a involucrar­se en la parte cultural: la lengua. Estamos tratando de que la gente joven le ponga un poco más de seriedad a este problema, la pérdida de identidad, ya que se trata de una población indígena de menos de 2 mil, que estamos distribuid­os en los cinco municipios, somos una población muy pequeña, y nuestra lengua está en riesgo”, señaló Javier Ceseña, presidente del Instituto Cuna.

El plantel del bachillera­to donde estudió Gil se ubica en el ejido Ojos Grandes, a 16 kilómetros de La Huerta, la comunidad de donde es originario, cuya distancia lo obligaba a caminar hasta cuatro horas diarias en ese desierto si ningún carro pasaba para darle raite. En medio de un festival cultural, denominado Otoños culturales, el director de Bachillere­s, Manuel Gasca, uno de sus ex profesores, sube al templete y presume al “ex alumno de este plantel, quien acabó de ser merecedor al Premio Nacional de la Juventud”.

En cada oportunida­d, Gil demuestra el orgullo por pertenecer al linaje de la tribu kumiai; por ello también se enorgullec­e de su bisabuela materna, Teodora Cuero Robles, fallecida hace dos años, “autoridad tradiciona­l de mi comunidad, un icono de nuestra cultura, no nada más kumiai, ella representa­ba a la mayoría de las culturas aquí en Baja California, era una persona que imponía, un referente de mujeres kumiai”.

Así que su liderazgo no es extraño, pero con humildad recibe el diploma que le entrega el director de su ex escuela, y aconseja a las nuevas generacion­es de indígenas que lo miran: no perder su identidad, tener mayores aspiracion­es, irse lejos en busca de mejores oportunida­des, pero nunca olvidar sus orígenes.

“Mi nombre es Gilberto González Arce, soy kumiai, soy de esta región, mi comunidad se asienta en este valle, a los pies de ese cerro que ven”.

Su ex profesor se congratula de su formación, “era un muchacho dedicado, siempre orgulloso de sus raíces, lleno de valor. Se hinchaba y decía: soy un indígena, siempre con ganas de sobresalir, de buscar un beneficio para esa comunidad, desde muy joven volteaba a ver que mis raíces no se mueran, yo quiero hablar ese lenguaje que está muriendo y él se atrevía a ser diferente, porque a veces los de la misma comunidad niegan sus orígenes y él siempre los ha enarbolado”.

Gil tuvo que mudarse a Ensenada para cursar la licenciatu­ra en Enfermería, en la Universida­d Autónoma de Baja California, con el apoyo de su abuelo paterno Teófilo Arce Cuero, quien le otorgaba todo el dinero de su pensión, una suma de mil 200 pesos al mes.

El joven logró concluir su carrera, sigue viviendo en Ensenada, pero no tiene un empleo fijo; cuida pacientes a domicilio a fin de poder dedicar más tiempo a la labor de voluntario en el instituto Cuna. Cada fin de semana regresa a casa, a 56 kilómetros, pues su familia es fundamenta­l.

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La distancia lo obligaba a caminar hasta cuatro horas diarias en el desierto.
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El joven de 26 años logró concluir su carrera de enfermería.

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