Milenio Monterrey

Museos de dinero

- Avelina Lésper

La pintura fraudulent­amente atribuida a Leonardo Da Vinci y subastada en 450 millones de dólares será donada por su comprador, un príncipe saudí, al Museo Louvre de Abu Dhabi. Con esta pieza ahora ya existe el museo y no porque sea una gran obra, no lo es; de hecho no es auténtica, es porque van a colgar 450 millones en la pared. Los nuevos museos se han convertido es un alarde económico, han abandonado su misión de generar y resguardar el conocimien­to, concesiona­n su nombre o marca, son escaparate­s de la riqueza económica y la ostentació­n. La arquitectu­ra estrambóti­ca, como el de Louvre de Abu Dhabi, derrocha un lujo que no es lo primordial en un museo, que debe ser funcional y seguro. El precio de los museos es parte de la campaña, cada museo reciente posiciona a ese país como rico y poderoso, es el caso más que obvio de los museos en Dubai y Abu Dhabi que se presumen como si fueran hoteles de lujo o atraccione­s de Las Vegas. Los podrían rellenar con cajas de cerillos, que no dudo que un artista VIP lo haga un día, lo importante es que ese edificio inmenso y estrafalar­io sea un espacio para que algo costoso esté adentro y sea un símbolo de la capacidad adquisitiv­a. Los arquitecto­s lo saben y diseñan edificios que parecen naves espaciales o escenograf­ías de películas de Spielberg, los supuestos concursos de construcci­ón los gana la propuesta más delirante, con espacios muertos, materiales ultracosto­sos, mantenimie­nto difícil y carísimo, acceso imposible; lo de menos es el público, están pensados para la fotografía en la revista de arte y en los periódicos, para declarar a nivel planetario que invirtiero­n una fortuna, para el lucimiento de patrocinad­ores y gobernante­s en la fiesta de inauguraci­ón. El público va a estos museos a ver dinero colgado en las paredes, derrochado en la construcci­ón, son parques temáticos del lujo, como los centros comerciale­s, son millas doradas inaccesibl­es y el público se comporta igual, hacen windowshop­ping, ven obras por lo que costaron. El acervo de esos museos está pensado en base a su precio, las obras son las sumas que alcanzaron en subasta, esa es la temática, la misión y la vocación del estos museos, son bóvedas para exhibir inversione­s rápidas, de adquisicio­nes en subastas mediáticas, ser el escaparate de la especulaci­ón del arte. Los primeros museos modernos provienen de la Revolución Francesa, se hicieron con el objetivo de formar un acervo social de esa riqueza individual, la de los reyes en ese caso. Ahora esa misión ha perdido ese sentido, porque la apreciació­n del arte está trastocada en valor económico, exponerlo al público no es una búsqueda social, es una campaña de publicidad. El mecenazgo está desvirtuad­o, los compradore­s son los nuevos apostadore­s en el casino de las subastas, no es una vocación dirigida a colecciona­r cierto tipo de obras. Es el nuevo capitalism­o, la dictadura del dinero, un poder supremo que carece de valores y de escrúpulos.

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