Pensar Mexico de Maruan Soto Antaki
ace algunos años, cuando mi amigo Tomás Sánchez puso a consideración de una mesa de directivos de MILENIO la frase “Entender México” como eslogan de campaña de las distintas plataformas del grupo, planteé la ambiciosa empresa que esa expresión representa, acometida con gran erudición por nuestros grandes hombres del siglo XX: Alfonso Reyes, Samuel Ramos y Octavio Paz. Agregué entonces: y no sé si lo consiguieron.
Otro mexicano, Maruan Soto Antaki (Ciudad de México, 1976), ha decidido entrar al tema con la mirada contemporánea, como apunta en su libro Pensar México (Taurus 2017): “A lo largo del siglo XX se ha hablado de esa infinita búsqueda del yo mexicano, tema casi obsesivo de la intelectualidad nacional y abundante en textos mucho más brillantes que éste, que no tiene la intención de seguir los pasos de sus autores, a quienes guardo una profunda admiración (se refiere a Paz, Ramos y Roger Bartra)”.
El autor parte de dos premisas fundamentales: la primera es que en México los problemas están lejos de resolverse, pero también sobradamente diagnosticados, con una sociedad que da en su conjunto brazadas de ineptitud de manera sistemática y masiva, y la segunda es que cunde un pragmatismo que obliga a tomar acciones que respondan a los conflictos y brinden respuestas inmediatas, por lo que rara vez, dice, ha encontrado que esa visión plantee un discurso a largo plazo, con miras a saber qué concepto de país se persigue.
Por un libro de su madre, El pueblo que no quería crecer, de la gran Ikram Antaki, Maruan comparte que es el análisis más duro que tuvo que sortear en su vida y en casa propia, esa reflexión sobre la resistencia a la madurez en términos de lo que le sigue a la infancia. “Coincidiendo con esa idea, seguimos comportándonos como el crío en desarrollo que se pregunta por su propia definición”.
En un par de entregas en este espacio, la más reciente en abril del año pasado, se trazaba la analogía entre este México que no solo se resiste a mirar hacia adelante, sino a crecer, con el Oskar Matzerath de Günter Grass en
El tambor de hojalata, ese personaje que decide estacionarse en sus tres años, y con el Cosimo de Italo Calvino en El barón rampan
te, determinado a vivir entre los árboles y, consecuencia natural, sin los pies en la tierra. Tomarse esa libertad un país que no vive bien “no es poca cosa”, como escribe Maruan.
Como lo ha hecho en otros textos, aquí también es inflexible con los “opinólogos, opinócratas y solucionólogos” que abundan en los medios, pero también advierte del encantamiento respecto a uno de los extremos. Así lo expone: “Durante demasiado tiempo, el país se vio inmerso en la desinformación de la cosa pública, de esos datos imprescindibles para hacerse de argumentos e ideas, políticas y porvenires. Ahora, con la relativa apertura que se cuenta —que es mucha en comparación a la que se vivía en otros años—, parece que estamos enamorados de todo lo que sea clasificable y contable, hasta asumir que los datos son todo y, quizá sin quererlo, se llega a considerar innecesario un mayor y más riguroso ejercicio intelectual hacia ellos”.
Izquierdas, derechas, el oficio periodístico, la clase política y la educación pasan por la cuchilla de Maruan, quien va diseccionando los temas con ese filo cuya herencia no puede ocultar hasta frenar al lector de improviso con una confesión con dos ejes, la de que gracias a las labores de un adivino cayó en la cuenta de nuestros temores a la muerte y gracias a una gitana descubrió algunas de las perversiones nacionales. “El país se parece al tipo que va en busca de la gitana porque quiere saber qué rumbo seguir y se deja llevar por lo que cree que puede ser, sus ambiciones se encuentran en sus anhelos”.
Con una frase contundente recogida casi al final del libro, “el desencanto por la clase política es el desencanto hacia nosotros mismos”, Fusilerías recomienda
Pensar México, lectura indispensable para los turbulentos días en curso.