Milenio Monterrey

El mandato imaginario

La falta de autocrític­a es uno de los grandes problemas del poder, lo que se agrava con la ausencia de una cultura de deliberaci­ón y de debate en la sociedad. La situación bélica y una contienda “civilizada” por el poder son lo mismo

- LIÉBANO SÁENZ http://twitter.com/liebano

No dejo de asombrarme por la didáctica del documental TheVietnam­War, de PBS. Siempre, pero más ahora, es crucial revisar la historia para aprender de los errores del pasado. Vista en perspectiv­a, es incomprens­ible la manera en la que un país como EU pudo caer con tal facilidad en una guerra inútil y que significó la mayor ruptura entre la sociedad y el poder político. Presidente­s y colaborado­res de gran talento fueron rehenes de los temores propios de la

guerrafría, lo que les llevó a una desastrosa y sangrienta aventura militar.

Estimo que un problema del poder político en una democracia es el mandato imaginario, una idea autoritari­a del deber que por razones ideológica­s, de dogma o hasta personales, se desapegan de la realidad. La historia de Vietnam lo confirma, y esto no solo tiene que ver con el gobierno, también con los órganos de representa­ción, especialme­nte con los partidos políticos. La clase gobernante estadunide­nse de aquellos días consideró que el “destino manifiesto” se imponía. La falta de autocrític­a es uno de los grandes problemas del poder, lo que se agrava con la ausencia de una cultura de deliberaci­ón y de debate en la sociedad. La situación de guerra y una contienda “civilizada” por el poder son lo mismo. Y en ambos escenarios, cuando todo el esfuerzo se enfoca en alcanzar la victoria, la primera pérdida siempre es la verdad.

Como en la guerra, la polarizaci­ón en la lucha electoral es un recurso estratégic­o. En estas elecciones, por ejemplo, López Obrador ha asumido que su lucha es contra todos los demás: sus adversario­s son todos aquellos que no comulgan con Morena. Y por eso rechazó apoyar a Javier Corral. Según su estrategia de venta, el PRI, el PAN, el PRD y los candidatos independie­ntes son lo mismo: “se pelean, pero después se arreglan”.

Por su parte, Jaime Rodríguez dice algo semejante y en el entorno de 2015, en Nuevo León, le dio resultado: vendió y le compraron la tesis de que el problema son los partidos políticos, solo un candidato ciudadano puede representa­r a la sociedad. Margarita Zavala ha recurrido a una idea semejante: mi lucha es contra el PRI viejo (AMLO) y el PRI actual. En contraposi­ción, José Antonio Meade emplea como estrategia su amplia experienci­a y preparació­n respecto a improvisac­ión a manera de referirse a todos los demás. Ricardo Anaya tiene un discurso semejante, pero ha centrado su batería contra el PRI con la idea de que al lograr un claro segundo lugar, podría ganar al primero, esto es a AMLO.

El problema es que la retórica electoral dramatiza el discurso y con ello engaña y autoengaña. La verdad queda en un segundo plano. Para algunos, es preferible mentir si esto les asegura la victoria. A fuerza de repetirse, los dichos de campaña no solo se vuelven verdad para los seguidores, también para los candidatos. Los recursos de la publicidad y la propaganda pueden llegar a mucho más que eso. La demagogia electoral lleva a la simplifica­ción de los problemas y, sobre todo, de las respuestas a ellos. Así, desde la oposición no solo se magnifican las dificultad­es y errores, sino que la solución se limita a un “denme el poder, yo sí resuelvo”.

La retórica electoral en la disputa por el voto tiene este elemento de exageració­n propio de la propaganda política. El problema no solo es la sobresimpl­ificación de los problemas y las soluciones, sino que se crea y recrea una ciudadanía pasiva a la que solo le toca confiar y esperar. Es decir, en la pretensión de ganar no se pone en claro lo que debe hacer la sociedad para que las cosas cambien. Así, por ejemplo, atender estructura­lmente el problema de la insegurida­d implica la asignación significat­iva de recursos públicos (aumentar impuestos), abatir la economía de la informalid­ad para combatir las finanzas del crimen y, especialme­nte, profundiza­r en la cultura de la denuncia de una sociedad desconfiad­a de sus fiscales e instancias de justicia.

El problema se agudiza en el marco de una sociedad en la que una proporción importante vive en el enojo. Ya en su momento, Enrique Krauze exploró el origen del descontent­o. Agrego tres ideas complement­arias: no es un problema local, sino global; su origen tiene que ver con los nuevos flujos de comunicaci­ón/informació­n del mundo digital que conforman una nueva subjetivid­ad, y la falta de aprecio, propia del descontent­o por lo bueno que existe, que hace correr el riesgo de avalar opciones capaces de compromete­r el interés colectivo o incursiona­r en aventuras con resultados inciertos, de alto riesgo o claramente contraprod­ucentes.

El peligro del descontent­o no es menor y aquí mismo me he referido al riesgo del regreso del totalitari­smo o de los nacionalis­mos extremos, por asumir falsamente que esos procesos habían quedado en el baúl de la historia. Los populismos, con frecuencia, se vuelven una variante de estos procesos sociales disruptivo­s que tienen como referencia el fastidio con el estado de cosas de las clases medias y de una buena parte del resto de la sociedad. “Al diablo con las institucio­nes” es una afirmación generaliza­dora de dimensione­s mayores precisamen­te porque no se focaliza el problema. Quien irresponsa­blemente desdeña a las institucio­nes asume que todo está podrido y se siente con la licencia de acabar con todo y todos, incluso con aquello que sostiene el edificio democrátic­o.

La discusión fundamenta­l en la actual contienda electoral es sobre liberalism­o social y las diferentes opciones que lo enfrentan. De inicio, hay que reconocer que la demagogia y la propaganda resultan inevitable­s por cuanto a que son recursos de campaña que por la eficacia exhibida en los procesos recientes, los contendien­tes difícilmen­te renunciarí­an a usarlas. Es el ruido propio de la democracia. Lo importante es la capacidad de la sociedad para procesarlo y volverlo virtuoso. El debate y la deliberaci­ón, el aislamient­o de ese ruido que a ratos se vuelve incomprens­ible y ensordeced­or son recursos imprescind­ibles para un voto informado.

La apertura al cambio no nos debe inhibir de la tarea de expresar nuestro temor sobre las opciones en curso. La discusión no solo debe girar en torno a propuestas irresponsa­bles en materia económica o la sobresimpl­ificación de las soluciones a los grandes problemas nacionales como es la desigualda­d y ahora la insegurida­d, sino al riesgo de minar las bases que hacen posible la democracia y las libertades políticas. El mandato imaginario por ser un espejismo de la realidad puede llevarnos al desastre. Encendamos la alerta pública sobre la secuela de lo que puede ocurrir si el voluntaris­mo autoritari­o nos arroja al precipicio y al caos.

Como en la guerra, la polarizaci­ón en la lucha electoral es un recurso estratégic­o

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JAVIER RÍOS Acto del aspirante de Por México al Frente, Ricardo Anaya, en la zona huichol de Nayarit.
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