Milenio Monterrey

De podridas añoranzas

No digo que sea este el mejor de los tiempos, sino que no es posible revertirlo, y de hecho es la peor idea concebible. A mí también me gustaría regresar a los días de la preparator­ia, pero si lo intentara terminaría sintiéndom­eun imbécil redondo

- XAVIER VELASCO

Para algunos, mirar hacia el pasado es protegerse un poco del futuro. La gente se enamora del ayer con la comodidad —romántica, presumen— de que pueden torcerlo, moldearlo e incluso reinventar­lo de acuerdo a la añoranza que lo reclama, como los corazones desemplead­os suspiran por amores ya caducos que a la distancia han ido ganando fotogenia. Se da por hecho, a media frustració­n existencia­l, que en tiempos de la abuela vivir era más fácil y barato, o se habla de la infancia como aquel tiempo idílico en el que “nada nos preocupaba”, según quiere el olvido acomodatic­io.

Ni madres, digo yo. La infancia suele estar llena no solamente de preocupaci­ones, sino asimismo miedos, vergüenzas, humillacio­nes y sufrimient­os que hay que fumarse solo, desde un candor forzado y a menudo angustiant­e. Y si he de hablar de abuelas, la mía enviudó a los 23 años y hubo de trabajar toda su vida en oficinas públicas donde ser mujer no era precisamen­te una ventaja. Fue ella quien me contó de los cadáveres que, muy niña, vio regados de paso por la Ciudadela, tras la Decena Trágica, de modo que mal puedo idealizar unos tiempos que no por más remotos me parecen menos espeluznan­tes. Vamos, no encuentro el mínimo interés en habitar un mundo sin penicilina ni derechos civiles, entre tantos haberes indispensa­bles que hoy encontramo­s parte del paisaje. Si el progreso da miedo, más debería causarlo el retroceso.

Segurament­e somos multitud quienes jamás olvidaremo­s el terror de asistir, cuando niños, a la primera parte de Elplanetad­e

lossimios. La mera idea de ser tiranizado­s como especie por un ejército de gorilas a caballo no menos arbitrario­s, canallas, matones y esclavista­s que la humanidad misma, semejaba una suerte de infierno bien ganado: la vuelta a la barbarie de la que nunca merecimos salir. ¿No es al fin preferible morir en el transcurso de una misión a Júpiter que dentro de una jaula infectada de tifus?

El problema de los conservado­res es que la mercancía se les pudre en bodega. Atesoran ideas y proyectos hoy decrépitos y en su momento ya deficitari­os, aunque igual susceptibl­es de ser reciclados para su venta pronta a los incautos. ¿Pero quién, que razone con el corazón o el estómago, alcanzará a echar mano de cautela alguna? Igual que el fayuquero se vale del ansioso candor de su clientela para venderles aparatos descontinu­ados, quiere el conservado­r que sus seguidores pasen por alto el mal estado de su mercancía, presas de un entusiasmo tan fantasioso como calenturie­nto.

Sabemos lo que pasa cada vez que intentamos revivir el pasado. Pretende uno al principio que todo sigue igual, pero en un chico rato se mira haciendo esfuerzos mal disimulado­s por ocultar lo absurdo de la empresa y eludir la evidencia del ridículo. Y sin embargo algunos se lo creen, y entonces nos abruman con esa cantaleta del anteayer idílico. Basta con que el presente nos parezca poco o nada satisfacto­rio (y en tanto ello, ominoso el porvenir) para entrar en la mira del conservadu­rismo y sus merolicos. ¿Quién, que se sienta solo y melancólic­o, no sería propenso al entusiasmo súbito y estúpido si escuchara noticias de su primer amor, aun si éste no fue correspond­ido y cupo únicamente en su cabeza?

No digo que sea éste el mejor de los tiempos, sino que no es posible revertirlo, y de hecho es la peor idea concebible. A mí también me gustaría regresar a los días de la preparator­ia, pero si lo intentara terminaría sintiéndom­e, y de hecho sabiéndome, un imbécil redondo y además obsoleto. Tras un año de infamias, engaños, amenazas, despropósi­tos y estupidece­s inconmensu­rables, todo este disparate del make

Americagre­atagain no ha pasado de ser una pobre parodia de sí mismo. Una caricatura grotesca y desastrosa, distante pero no muy diferente de la hecatombe maduro-chavista. Guardando proporcion­es, he ahí dos instructiv­os ilustrados de cómo hacer mierda un país entero. No es que lo hayan logrado, todavía, pero traen una prisa escalofria­nte.

Supongo que es normal que los prejuicios rancios y agusanados empiecen por podrir la convivenci­a de los espacios en los cuales florecen, alimentado­s por la cobardía, el conformism­o o la gandulería circundant­es. Ya sea porque el conservado­r es un gran radical, o porque el radical es muy conservado­r, sólo puede uno ser cómplice o enemigo. Su guerra es de trincheras, igual que en el pasado del que tanto se acuerdan, y ese es otro de sus grandes orgullos. Playa Girón, Pearl Harbor, Gettysburg, El Álamo: ahí se paró el reloj de sus ardores y desde entonces echa fuego sin tregua, a juzgar por la furia del merolico a la hora de vender su mercancía apestosa. ¿Qué esperan los excluidos del futuro para seguirlo de aquí a las cavernas?

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ERIC GAILLARD/REUTERS “Todo este disparate del makeAmeric­agreatagai­n no ha pasado de ser una parodia”.
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