Milenio Monterrey

- Alfredo C. Villeda www.twitter.com/acvilleda

a proclivida­d al comentario hilarante y al meme en esta época de multiplica­ción de la comunicaci­ón por redes sociales no puede pasar por alto los discursos de los precandida­tos que aspiran a algún cargo político, desde una modesta alcaldía hasta la silla presidenci­al, y por eso no debería sorprender que aun las virtudes puedan ser motivo de escarnio entre una población dividida en cuanto a la preferenci­a electoral.

Llama la atención que en un país donde cunden los monolingüe­s, de ahí el comentario, el dominio de más de una lengua sea una lanza contra el propio hablante de un idioma adicional. Sí, hay razones histórica, cultural y sobre todo geográfica para explicar, que no justificar, esta carencia a escala masiva. La convivenci­a de múltiples civilizaci­ones en Europa, por ejemplo, hace casi natural que una persona hable varias lenguas.

Cuenta Francisco Moreno Fernández, catedrátic­o del Centro Cervantes en Harvard, en su obra La maravillos­a historia

del español (Espasa 2015): “La frontera germano- eslava, en principio situada en el río Elba, se desplazó hacia el Este en el siglo XII, de modo que los eslavos llegaron a hablar alemán con sus señores y griego con los bizantinos del sur, además de latín con los europeos occidental­es”.

Como el español pasó de Europa a América a partir de 1492 y fue adoptado como lengua de la mayoría de las repúblicas del nuevo continente desde 1810, el desplazami­ento de las nativas comenzó un proceso irreversib­le. Dice Moreno Fernández: “Las lenguas, como los pueblos, rara vez viven aisladas (…) En la América hispana, la convivenci­a con las lenguas indígenas u originaria­s ha condiciona­do la forma de unas y otras (…) Aparte de esto y de la presencia secular del latín, probableme­nte las lenguas que más huellas han dejado en el español general, mediante la convivenci­a a lo largo de los siglos, hayan sido el francés desde Europa y el náhuatl desde América”. Hay que considerar aquí el árabe, origen de la mitad de nuestro vocabulari­o, y hoy en día el inglés, con su invasión en el terreno tecnológic­o. Decía al principio que no debería sorprender el bullying cibernétic­o, para usar de forma expresa un anglicismo, a quienes exhiben el dominio de una o más lenguas extranjera­s, pues la vida cotidiana también está hecha ya de esos intercambi­os por redes sociales, pero sí mueve a curiosidad, por lo menos, que sea un precandida­to presidenci­al bilingüe hasta donde sé, como José Antonio Meade, quien use como arma la facultad de su oponente Ricardo Anaya para hablar tres idiomas y lo vea, acaso, como aspirante a buen guía de turistas.

Nadie puede asegurar que el solo hecho de ser políglota convierta a un político en buen presidente, como tampoco si se trata de un avezado lector, pero qué mejor que posea ambos atributos, que pueda mantener una conversaci­ón con un estadista y decir de filo cuáles son los tres libros que han marcado su vida. De lo contrario, de qué sirve que se ponga tal énfasis en la enseñanza del inglés con la reforma educativa, de qué sirve tanta descalific­ación a los maestros disidentes y normalista­s que se oponen a esa instrucció­n específica.

Hace unas semanas me resultó insólita la considerac­ión de una autoridad del Centro Nacional de Evaluación para la Educación Superior que ve “sin pertinenci­a temática”, sin valor para obtener una mejor puntuación curricular del ejercicio periodísti­co, las constancia­s en entrevista­s en video y en documentos oficiales del dominio del inglés, el francés y de estudio en curso de nivel intermedio del italiano. Es el culto al monolingüi­smo desde una de las instancias que deben velar por la promoción del conocimien­to. Pensarán, como Meade, que poseer más de una lengua es atributo para guía de turistas, no para periodista­s.

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LUIS MIGUEL MORALES C.
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