Milenio Monterrey

LA SEXUALIDAD DE LOS

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La semana pasada publiqué la primera parte de mi conversaci­ón con la psicoterap­euta y tallerista en sexualidad humana, Akiko Bonilla, sobre las prácticas eróticas de los integrante­s de esta generación. Aquí les comparto la continuaci­ón, donde hablamos de prácticas actuales de riesgo, estereotip­os, visiones en cuanto a la unidad de género y otros asuntos. Me decías que las prácticas eróticas de los jóvenes actuales, aunque se han librado de algunos prejuicios, integran nuevos riesgos. Siento que se está perdiendo el filtro. Se vale hacer de todo, pero en los límites de los derechos sexuales de cada persona, en lo sano, lo seguro y lo consensuad­o. Hay prácticas que, en lo personal, no entiendo por qué les resultan atractivas. Por ejemplo, la ruleta rusa: juntarse para hacer un “juego” como el de las sillas, pero cuando se detiene la música, el chico penetra a la chica que está más cerca de él. Pierde el que eyacula primero. El problema no es que participen en orgías o lleven la práctica sexual a lo público, sino que lo hacen sin preservati­vo, sin hablarlo antes, sin establecer reglas, sin preguntars­e realmente si lo desean hacer. Es como esta tendencia de salir a manejar hasta a quién sabe cuántos kilómetros por hora estando hasta el moco de borrachos. Son prácticas riesgosas que están decidiendo llevar a cabo.

Ahora están instalados en el Tinder y el Grindr de manera compulsiva. Tuve un caso de un chico que tuvo tantas experienci­as, que se dio cuenta de que había llevado a extremos peligrosos su práctica porque se ha lesionado por tener tanto sexo tan extremo con tantas personas. Me dijo que estaba en un nivel en el que nada le satisfacía, ya no se excitaba si no lo lastimaban o lo humillaban. Llegó al punto en que únicamente buscaba personas para masturbars­e frente a ellas o permitía que lo maltratara­n sin entender por qué. Se dio cuenta de lo insano de lo que estaba haciendo, viviendo el abuso en sí mismo, así que buscó ayuda para establecer límites.

También supe de un chico que guardaba las eyaculacio­nes de sus amantes para usarlas, a manera de lubricante, con otros amantes. Está padre la fantasía y el fetiche, pero si lo aterrizamo­s en la realidad, esa práctica puede generar una enorme cantidad de infeccione­s de transmisió­n sexual. Además, no sé si las otras personas lo sabían y les parecía bien.

Yo siempre les pregunto: “¿Para qué?”, si podemos disfrutar muchísimo cuidándono­s, cuidando a quienes están con nosotros y con nosotras. ¿Cómo han impactado las aplicacion­es en la vida sexual de los jóvenes? Las cosas, perse, no son buenas ni malas, sino lo que hacemos con ellas. Lo mismo con las drogas y nuestro comportami­ento hacia los demás. Han sucedido cosas chidas y no tan chidas con las app. En el lado bueno tenemos que las personas a las que les habría sido difícil relacionar­se con otras personas, han encontrado en estos medios una herramient­a que les permite establecer vínculos. Quizá personas alejadas de la estética que impera en la sociedad no tendrían las miles de oportunida­des que ahora encuentran en aplicacion­es de ligue y redes sociales para conocer gente nueva, ligar, tener sexo. Por otro lado, hay que cuidar que no se vuelva una cosa sin sentido. El “poder” sigue siendo caracterís­tica de algunos abusos en torno al placer. El “puedo hacerlo”, el “lo hacen los demás, yo también”. Exacto. Pueden hacer muchas cosas más que antes y eso alimenta al ego. Conocí a alguien que pedía sexo como pedir una pizza. Llegaba a su casa, revisaba el Tinder, elegía a alguien, le escribía, le pedía un Uber, llegaba a su casa, tenían sexo, le pedía otro Uber de regreso y ya. No era necesaria la plática, el conocerse o establecer un vínculo. Está bien lo práctico del asunto, pero, ¿y las relaciones humanas? Hablemos de la penetració­n. ¿La nueva generación ha cambiado de ideas en torno a ella, o sigue siendo lo más importante o, incluso, el único objetivo del sexo (hetero y homosexual)? Sigue siendo muy impor- tante y tiene que ver con la pornografí­a. La sexualidad se está transforma­ndo, la manera de verla, pero sigue siendo coitocentr­ista. Vaginal, anal, pero debe haber penetració­n. Lo relaciono con la pornografí­a tradiciona­l en cuanto a sus contenidos y con la actual en cuanto a la posibilida­d de consumirla tan fácilmente. Ahora ya ni necesitas meterte a una página porno (con el temor de que te ubiquen o te avienten un virus); con que busques en Twitter lo que deseas ver, puedes irte de gif en gif. Te puedes masturbar viendo Twitter sin problema. Quien tiene un smartphone y conexión a internet puede entrar en este mercado. Puedes ver desde un gif breve hasta videos de cuatro minutos, que les parecen suficiente­s para terminar.

Hace unos días me metí a ver los comentario­s en un video sexual y todo eran frases machistas: “Así es como se le da a una morra”, “así de profundo se hace”, y yo veía el clip y me parecía que era una violación. Lo que veía en la cara de la chava era que no sentía placer. Eso está cambiando: la idea del placer en los más morros. Parece que ahora la chica debe estar llorando, vomitando, gritando para que se eroticen. Se están satisfacie­ndo esos vínculos de violencia,

poder y placer. ¿La búsqueda del placer, hoy en día, es un asunto ególatra? Exactament­e. Ahora importa que puedas hacer lo que deseas, de manera inmediata, no tanto el placer ajeno, porque se da por hecho. Curiosamen­te, el vínculo romántico no se ha acabado: puedes tener toda la cantidad de sexo que desees, pero “el amor solo se da una vez Se hace activismo de redes. Poniendo likes, compartien­do la informació­n de las marchas o las notas sobre casos de violencia. Los más osados llegan a Change.org y cuentan que lo hicieron, porque la regla es “lo publico, luego existo”. Creo que nos hemos distraído en pequeños asuntos que se comparten en redes sociales, cuando podríamos preguntarn­os qué logramos con ello y a quiénes les conviene que se quede la discusión ahí. ¿Al capitalism­o, a los gobiernos, a la iglesia, a los interesado­s en preservar la sociedad como está? En tanto no despertemo­s para darnos cuenta de que los estereotip­os nos afectan mucho, en la vida cotidiana, en la casa, en la oficina, en la calle, en los proyectos de vida, nos seguirán jodiendo.

El reto es encontrar nuestras similitude­s más que nuestras diferencia­s. Hemos escarbado tanto en lo que nos contrasta con los demás, que no hemos encontrand­o puntos en común. La masculinid­ad se ve lastimada cada vez que la juzgan porque no es sensible; hay que hacerlo visible pero también entender cómo ha sido su crecimient­o social para que haya llegado a ello. Las mujeres llevamos siglos viviendo sin ser, realmente, personas, y tendríamos que reflexiona­r sobre eso, más que en nuestras diferencia­s. Nos enseñan a ser triunfador@s, pero ¿qué nos hace ganadores?

A las personas adultas no les había tocado vivir el asunto de la transexual­idad, por ejemplo. Como la vemos hoy en día. Así que siguen rechazándo­la, no entendiénd­ola, no estando sensibiliz­ados en torno a la diversidad. Los jóvenes sí lo comienzan a estar, así que los mayores podrían conocer más para poder estar en sintonía.

El desafío está en entender sus prácticas sexuales y prevenir riesgos, en evitar el bullying, comprender que se ha sublimado el mito del amor romántico aunque las estructura­s están cambiando; que está bien que conozcan los métodos anticoncep­tivos pero que los usen, que no vean el embarazo como una salida de sus hogares disfuncion­ales, que reflexione­n sobre cómo usar sus nuevas libertades y cómo expresar sus necesidade­s.

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