Profesionales vs. redes sociales
a mirada romántica sobre la verdad presupone que ésta, contra toda falsedad e insidia, se abrirá paso y evidenciará a los personajes malévolos que pretendieron tergiversarla u ocultar. Pero no se necesita ser lector de novelas (muy) negras para saber que los malos suelen ganar y consiguen no solo enterrar la verdad sino instaurar como cierta aquella que los favorece.
Pero hay algo más terrible que en la historia de la humanidad puede constatarse: la verdad de los dictadores suele ser, antes que nada, la del pueblo. Es en el vox populi donde Hitler, por ejemplo, empezó a ser el salvador y guía de la gran Alemania. ¿Qué lo hizo posible? La propaganda, obviamente, pero sobre todo los rencores, prejuicios, limitaciones y desinformación de buena parte del pueblo alemán. Por eso una mentira como la de que los judíos eran responsables de la crisis se hizo una afirmación cierta y popular.
¿Eran malas personas las que se tragaron esta falacia? Claro que no. Eran gente común y corriente que, tras caer en la trampa nazi, que explotó su amargura y sus problemas, encumbró a un tirano que lo primero que hizo fue suprimir cualquier forma de periodismo y de difusión de las ideas no acordes con la visión fascista del mundo. Y así fue como tras el cierre de distintas publicaciones y la quema de libros, se quedaron con una sola perspectiva de las cosas: la autorizada por el gran dictador, como dijera Chaplin. Sorprendentemente, y desde luego muta
tismutandis, hoy sigue pasando lo mismo en términos informativos a pesar de vivir en medio de un ámbito tecnológico que permite saber en un segundo lo que sucede en cualquier punto del planeta.
Aunque está de moda culpar a los rusos de las fake news, me temo que la mayoría de los rumores, tonterías y estupideces que coadyuvaron a la victoria de Donald Trump y del brexit, fueron difundidas por simples ciudadanos resentidos, así como por sus vecinos y otros muchos más. Quizás el señor Putin quiso intervenir en alguna medida en la elección presidencial estadunidense, pero nunca pudo superar la dedicación y (mínimo) esfuerzo —like por aquí, clic por allá— que los ISÉS BUTZE MO granjeros empobrecidos, amas de casa virulentas, amantes de los rifles, desempleados desesperados y neonazis de EU pusieron para exaltar la figura de un millonario tan ramplón como muchos de ellos.
El asunto en tiempos de internet no puede ser más simple. Los algoritmos usados por las redes sociales funcionan igual para todos los casos. Alguien bienintencionado, magnífica persona y tal vez hasta partidario intachable de las mejores causas de la humanidad —suponemos—, publica una noticia falsa y el sistema algorítmico de las redes ya sabe a quiénes les gustaría leerla; el tema, dado por cierto, se multiplica y el algoritmo sigue aprendiendo y difundiendo la mentirilla ganándole nuevos lectores. Como se ve, no hace falta la intervención del Kremlin para que algo así suceda. Y puede ser un tema absolutamente banal u otro que incida directamente en la vida democrática: la estabilidad de un gobierno, la reputación de un personaje público, una empresa, la bolsa de valores, etcétera. Todos esto genera burbujas de desinformación entre un público que no puede discernir entre lo falso y lo verdadero porque solo se entera de la realidad a través de las redes sociales; y el algoritmo con el que trabajan éstas simplemente no está programado para contrastar las distintas informaciones o valorar de mejor forma los datos que provienen del periodismo profesional y aquellos otros que son meros bulos. ¿Qué sucede si una red como Facebook decide privilegiar a los amigos, vecinos y demás fuentes particulares por encima de la información generada por profesionales (que cometen errores, por supuesto, pero que como sea tienen que responder a códigos, editores, colegas y escrutinios diversos)?
Los directivos del mayor diario de Brasil, Folha de Sao Paulo, se lo venían preguntando desde hace tiempo y acaban de decidir que dejarán de publicar sus noticias en Facebook como reacción a la decisión de dicha red social de poner por delante la información de lo que ellos llaman “medios locales”. Su director, Sérgio Dávila, lo dice con toda claridad: “Varios estudios están mostrando que el cambio de algoritmo ha aumentado el alcance de estos bulos, en detrimento del periodismo profesional. Tiene sentido: las noticias falsas son más sensacionalistas y tienden a ser más compartidas que las verdaderas. Como la nueva fórmula favorece que se compartan contenidos personales, las fake news ganan”.
En un país como México estos temas — donde la verdad siempre es sospechosa o queda extraviada con alarmante facilidad— deben empezar a ser discutidos sobre todo por los medios de comunicación que deseen defender el profesionalismo de sus periodistas y la calidad de la información que producen. Es un camino largo que solo puede comenzar con la reflexión crítica. Diarios como Folha de Sao Paulo ya lo empezó a recorrer.