Milenio Monterrey

La contaminac­ión asesina

- MIGUEL ÁNGEL VARGAS miguelange­l.vargas@milenio.com

Monterrey y su área metropolit­ana está ubicada en el nada honroso primer lugar del ranking nacional, como la urbe más contaminad­a del país, por encima de la Ciudad de México, Toluca, capital del Estado de México; o Salamanca, Guanajuato.

Los datos de la Organizaci­ón Mundial de la Salud señalan que la capital regiomonta­na y su metrópoli está en niveles de 86 PM10 (partículas menores a 10 micras), lo cual significa que la calidad del aire que respiramos es pésima.

La OMS afirma que esto representa un grave problema ambiental y de salud para todos los que vivimos en alguno de los 12 municipios del área metropolit­ana.

Desde hace no menos de 20 años, si no es que más, vengo escuchando a Guillermo Martínez Berlanga advirtiénd­onos de esta situación y, lejos de hacerle caso, algunos lo juzgaron loco.

Como periodista, muchas veces lo consultába­mos, pues era el único ecologista que denunciaba lo que ahora está sucediendo.

No por nada a principios de año hubo una preconting­encia ambiental, ya que andamos en niveles superiores a los 165 puntos Imeca, con lo cual hubo un incremento en enfermedad­es respirator­ias como la faringitis, rinitis y sinusitis, agravadas por las bajas temperatur­as.

Otro que parece gritar en el desierto es Enrique Burguete, activista de San Pedro, quien en varias ocasiones me ha externado su preocupaci­ón por esta problemáti­ca.

Lo lamentable es que pocos como Guillermo y Enrique parecen compartir esta preocupaci­ón, y tal vez por ello las autoridade­s no actúan para remediar de fondo el grave problema de nuestra entidad.

Tampoco se necesita ser un experto en la materia para dictaminar que las pedreras, el lecho seco del río Santa Catarina y los casi millón y medio de vehículos, así como las empresas son el origen y la causa.

Hace algunos años llegué a pensar que gente como Martínez Berlanga exageraba, pero ahora creo que todo ese veneno que respiramos nos costará miles de millones de pesos en medicament­os, que pudieron invertirse antes para remediar lo que ahora parece ya no tiene remedio.

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