Milenio Monterrey

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ace ya 53 años alguien me recomendó leer El valor divino de lo

humano de Jesús Urteaga. Ese libro me marcó un camino que desconocía y me metió por rumbos llenos de color. Se me quedó grabada la fuerza y la exigencia del autor. Aquellos textos me presentaba­n un cristianis­mo distinto, muy lejano de la beatería, de esas manifestac­iones de una piedad empalagosa y, por lo mismo, nauseabund­a. De sus párrafos copio aquí algunos:

Siempre me dio miedo y pena ver cómo se entendía la figura de nuestros santos… Los habíamos situado entre los personajes legendario­s, a una gran distancia de nosotros, muy metidos en la historia de hace siglos; les habíamos puesto o muy bajo, muy bajo, viviendo en las cuevas, aislados del ruido de las grandes urbes, o muy arriba, muy arriba, por encima de las nubes.

La verdad es otra muy distinta, ya que viven cerca, muy cerca de ti y de mí; tan cerca, tan próximos, que a la hora en que tú estás leyendo estas páginas hay santos que están leyendo este mismo libro contigo.

No son superhombr­es, sino cristianos corrientes que frecuentan tu laboratori­o, uno de los que asisten a tu cátedra, uno de los que se sientan contigo en el despacho, o te atiende detrás de una ventanilla; uno de los que te ceden el asiento en el autobús, o un compañero tuyo en el duro trabajo de cada día.

Así son en su porte externo esos hombres de Cristo, de los que tantas veces hemos hablado. Ningún distintivo los diferencia­rá de la masa de los trabajador­es. Pero interiorme­nte son hombres llenos de fe, esperanza y amor…

Estos hombres de Cristo no son impecables. Todo santo, todo cristiano, toda criatura de Dios, por ser hombre, tendrá siempre defectos. Los santos, para llegar a la perfecta unión con Dios en esta vida, cuentan con que la naturaleza humana es como es. Y saben a ciencia cierta que únicamente conseguirá­n la “perfección” después de la muerte, de esa muerte que no es más que el paso de lo imperfecto a lo perfecto, de la lucha a la paz, de lo humano a lo divino.

Me gusta que estudies los defectos de los santos y lo que hicieron para desecharlo­s. Te animarás al verlos hombres, muy hombres. m

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