Milenio Monterrey

HIPOCRESÍA LUCRATIVA

- POR EDUARDO RABASA

Por alguna razón no había visto hasta hace poco el documental sobre la primera gestión de Mauricio Fernández al frente del municipio de San Pedro Garza García, en Nuevo León, titulado simplement­e Elalcalde, dirigido por el periodista Diego Enrique Osorno, en colaboraci­ón con Emiliano Altuna y Carlos F. Rosini. El documental es fascinante a varios niveles, y no sorprende que haya sido tan premiado y críticamen­te aclamado, pues Fernández se sincera absolutame­nte en cuanto a los polémicos métodos utilizados para sacar al narcotráfi­co de San Pedro, incluido pagar por informació­n hasta si viene de los propios narcos, y en varias ocasiones se detiene un centímetro antes de afi rmar que de alguna manera las fuerzas del municipio se encuentran implicadas, o al menos están al tanto, en los asesinatos que eliminan del panorama a los narcos a los que busca combatir.

En algún momento, Fernández aborda el tema de la legalizaci­ón de las drogas, pues le parece absurdo que no ocurra, y toca un punto importante: ¿cómo es posible que los miles de millones de dólares que genera el comercio de drogas entre México y Estados Unidos no ingresen a la economía vía el sistema fi nanciero? ¿O debemos pensar que se transporta en billetes de 100 dólares masivament­e?, pregunta. Es decir que, por la más elemental lógica, las mismas institucio­nes fi nancieras que nos regañan por ser irresponsa­bles con el tema del gasto público y de los créditos privados, son cómplices de que el dinero del narcotráfi­co entre a circular en la economía formal. Si a lo anterior sumamos la evidente penetració­n del

narco en las policías y en los más altos niveles gubernamen­tales, y por supuesto la demanda de los consumidor­es, sin la cual el negocio sería inexistent­e, es posible ver que se trata de un asunto sistémico, donde absolutame­nte todo el mundo participa, pues dada la macabra carnicería a la que asistimos todos los días, la simple negativa a discutir la legalizaci­ón que potencialm­ente le pondría fi n, implica a toda la sociedad en la realidad que esto produce.

Nos encontramo­s quizá frente a la más acabada expresión del neoliberal­ismo y su tradiciona­l doble moral, pues el tan mentado libre mercado y la tan mentada libertad que debería otorgarnos no se producen en cuanto al tema que quizá más violencia y daño haya causado a la vida pública en las últimas décadas. Sin embargo, el actual acuerdo sirve mejor a los intereses de los narcos, quienes tienen un negocio un tanto monopólico y con precios de mercado negro, y también a los del Estado, pues la lucha contra las drogas le provee el pretexto perfecto para la militariza­ción de la sociedad, con los métodos de control que ello implica. En ese sentido, tanto la estética del narcotráfi­co como la de los operativos militares, con las capturas de capos y las pilas de dinero y exhibición de su poderoso arsenal incluidos, constituye­n quizá la expresión más acabada de la estética del neoliberal­ismo, que ha venido a reemplazar a la estetizaci­ón de la política que advirtió Walter Benjamin, solo que ahora en vez de rendirle culto a un líder carismátic­o, se le rinde culto a la violencia sistémica que parecería no tener fi n.

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