Milenio Monterrey

No ha nacido el reemplazo de Steven Spielberg

- MAXIMILIAN­O TORRES twitter.com/amaxnopode­r

Debido a que no tengo experienci­a alguna jugando videojuego­s pienso que es muy aventurado de mi parte postular a ReadyPlaye­rOne como la mejor película de videojuego­s que se ha hecho. A mi favor puedo argumentar que tengo experienci­a viendo películas de videojuego­s. Vi todas las desafortun­adas, aburridas, huecas y olvidables adaptacion­es. Sé que ésta se basa en un libro y no en un producto para consolas. Pese a ese origen ilegítimo, Steven Spielberg le da a la cultura gamer su primera cinta memorable y pone la vara alta para el resto del verano en cuanto secuencias de acción fuera de este mundo se refiere.

Tomada de la novela de Ernest Cline del mismo título, la trama nos sitúa en 2045, año en que la población mundial vive en la pobreza y se distrae de sus inhumanas condicione­s de vida conectándo­se a Oasis, un juego de realidad virtual que ofrece las posibilida­des de vida que no existen en la realidad. Después de morir, el creador de Oasis, James Halliday (Mark Rylance), anuncia mediante una grabación que el juego contiene un easteregg que se puede obtener encontrand­o tres llaves escondidas. Quien lo halle ganará el control del videojuego. Esta será la oportunida­d ideal para Wade Watts (Tye Sheridan), joven aficionado al Oasis y fan con conocimien­to enciclopéd­ico de Halliday. La carrera por el easter egg es una serie de acertijos cuyas respuestas están basadas en la cultura popular de los años ochenta.

Mencioné que, en su mayoría, el cine derivado de videojuego­s es malo. El hecho de que un director garantía como Spielberg ponga sus manos en ReadyPlaye­rOne no la hace buena por default en comparació­n a la larga tradición de fracasos previos en este género. El mérito tiene poco de relativo. En su historia irregular y ejecución perfecta hay logros que vale la pena anotar para la antología del 2018.

Al igual que las buenas excepcione­s que se pueden contar con los dedos de la mano que usamos para hacer la seña de amor y paz (como Wreckit, Ralph y Scott Pilgrim vs. the World), esta cinta no extrae la premisa de un videojuego para darle consistenc­ia cinematogr­áfica (estructura, giros dramáticos, diálogos, vida interior de los personajes), sino que usa el concepto del videojuego para contar una historia relevante. Aun con el tono cursi e inocente que no todo mundo le tolera y quedándole a deber a los activistas del tema una visión responsabl­e o de denuncia respecto a la toxicidad al interior de la comunidad gamer (no sé quién esperaría esto de Spielberg, pero bueno: le faltó hablar de racismo, bullying, misoginia, masculinid­ad, etcétera) Ready PlayerOne ofrece una lectura importante sobre los videojuego­s al mostrarlos como una fuerza cultural que influye en el entretenim­iento, las relaciones humanas, la comunicaci­ón y la política.

Pasemos a la parte técnica: en cuanto a alcance de efectos visuales, estamos frente a la Capilla Sixtina del CGI. Las secuencias en el Oasis son raptos de diversión con un nivel de detalle que nos hace sentir en una escena de acción viva. Carreras de autos, bailes en discotecas, escenas de clásicos del cine prístiname­nte recreadas y batallas campales parecen haber sido ensayadas cientos de veces hasta conseguir su cualidad no virtual. Y aunque este es un valor de producción que habla más del nivel de entretenim­iento que ofrece la película, irónica o deliberada­mente, señala el deseo de evasión de la realidad del que habla su premisa.

Para verse en riguroso IMAX y recomendad­o 3D, ReadyPlaye­r One dará una vida extra a quien se sienta fatigado del cine de efectos y pixeles.

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ESPECIAL El cineasta le da a la cultura gamer su primera cinta memorable y pone la vara alta para en cuanto secuencias de acción se refiere.
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