unque la palabra “crepúsculo” remite a dos momentos del día, cuando el sol asoma y cuando declina, sea en español, francés o inglés, halla más su sentido de ocaso en la poesía de Pablo Neruda, cuyos versos acechan la figura a menudo en sus Veinte
poemas de amor y, por supuesto, en el capítulo “Tarde” de sus
Cien sonetos de amor (Planeta, 1984).
Octavio Paz escribió que ciertas obras tienden a imponerse por su misma abundancia. “Río de imágenes, serpiente de fulgores y oscuridades, el poema se abre paso, avanza y, de pronto, echa a volar cubriendo con sus dos alas la conciencia adormecida”, decía el Nobel mexicano pensando, cree Eduardo Lizalde, en un tipo de poesía como la de Neruda.
Neftalí Reyes, nombre original de Neruda, como ha recordado el propio Lizalde, no alcanzó a cumplir los 70 años y su generación era exactamente la de Federico García Lorca, Rafael Alberti, Luis Cernuda y la de los Contemporáneos en México, un grupo de poetas que cultivó con abundancia las figuras del crepúsculo y el ocaso, como veremos la próxima semana en este espacio.
De esa rica y famosa obra, a menudo publicada en conjunto y dedicada a Matilde Urrutia, se rescatan algunos versos crepusculares.
En el Poema 2: “En su llama mortal la luz te envuelve. / Absorta, pálida doliente, así situada / contra las viejas hélices del crepúsculo / que en torno a ti da vueltas”. Y en el Poema 3: “¡Ah, vastedad de pinos, rumor de olas quebrándose, / lento juego de luces, campana solitaria, / crepúsculo cayendo en tus ojos, muñeca, / caracola terrestre, en ti la tierra canta!”.
Neruda acude a la figura en dos versos del Poema 6, cuando canta: “En tus ojos peleaban las llamas del crepúsculo” y “Más allá de tus ojos ardían los crepúsculos. / Hojas secas de otoño giraban en tu alma”. En el Poema 8, por eso, la alusión es evidente: “Cierra tus ojos profundos. Allí aletea la noche. / Ah, desnuda tu cuerpo de estatua temerosa.”
Fue un verso de Neruda el que puso en la mira de este escribiente la palabra “crepúsculo” con el sentido del día que fenece y también el gusto por su sonoridad y sus significados alternos, como fase declinante que precede al final de algo o en su variante para el título de esa fascinante serie televisiva creada por Rod Serling, The Twilight Zone, aquí traducida como Ladi
mensión desconocida, sin perder ese eco de región crepuscular.
Es el ocaso del Poema 10 donde anida el majestuoso verso aludido: “Siempre, siempre te alejas en las tardes / hacia donde el crepúsculo corre borrando estatuas”, pero presagiado líneas atrás: “He visto desde mi ventana / la fiesta del poniente en los cerros lejanos”, que no puede ser otra cosa más que la desaparición de la luz solar, en la que parece sentirse a gusto el poeta chileno, pues vuelve en el Poema 13: “Historias que contarte a la orilla del crepúsculo, / muñeca triste y dulce, para que no estuvieras triste”.
No se diga en el Poema 14, en el que escribe con no poca nostalgia: “Hemos visto arder tantas veces el lucero besándonos los ojos / y sobre nuestras cabezas destorcerse los crepúsculos en abanicos girantes”. Y en el 16 no esconde que parafrasea a Tagore con sus versos iniciales: “En mi cielo al crepúsculo eres como una nube / y tu color y forma son como yo los quiero”. Para el 18 sus declaraciones de amor, antes que contenerse, acometen sin reposo la imagen reverenciada: “Se desciñe la niebla en danzantes figuras. / Una gaviota de plata se descuelga del ocaso”, y más adelante, después del célebre “Amo lo que no tengo, estás tú tan distante”, retoma la visión: “Mi hastío forcejea con los lentos crepúsculos”.
Le ha tomado a Neruda 19 poemas la declinación del día, porque en el famoso 20 ya todo es la siguiente fase del ocaso ilustrada en esta declaración universal: “Puedo escribir los versos más tristes esta noche. / Escribir, por ejemplo: ‘La noche está estrellada, y tiritan, azules, los astros, a lo lejos’.”