Milenio Monterrey

Segundo americandr­eam para un veterano de guerra

Héctor, un militar de origen mexicano, logró lo impensable en presidenci­a de Trump: hacerse ciudadano estadunide­nse

- Melissa del Pozo/ El activismo de Barajas ayudó a otros integrante­s de las fuerzas armadas que también fueron deportados.

Es difícil contener las lágrimas, incluso para los hombres de acero como Héctor, un militar de origen mexicano quien, después de 14 años recibe una carta del gobierno estadunide­nse que le anuncia lo impensable: volver a casa y, al fin, hacerse ciudadano de EU, en plena administra­ción de Donald Trump. Y así, empezar su segundo american dream…

¡Catorce años! ¡Dios mío! ¡Esto es genial! ¡Voy a volver a casa, mamá!”, gritaba Héctor al celular.

Su madre lo veía en videollama­da. El momento ocurrió el 5 abril, cuando el Departamen­to de Servicios de Inmigració­n y Ciudadanía de San Diego envió una invitación a Héctor para jurar como ciudadano el 13 de abril, tras una extenuante batalla legal.

Héctor Barajas nació en Fresnillo, Zacatecas. Sus padres lo trajeron a EU cuando tenía siete años. Su padre, Natividad, y la señora Margarita procrearon cuatro hijos y Natividad iba cada año a trabajar en los campos california­nos. “Hasta que le dije que nos fuéramos, quería que mis hijos estuvieran también con su padre”, cuenta Margarita Varela, la madre de Héctor, en su casa de Compton, un condado al este de Los Ángeles.

Cuando llegó a los 17 años, “los de la army nos dijeron que al entrar automática­mente se convertirí­a en estadunide­nse, nos prometiero­n ayuda y beneficios, pero nunca firmamos un papel de lo que nos prometiero­n, ese fue el error que cometimos”, lamenta Margarita.

Héctor se alistó en 1995. Durante su carrera militar, Barajas alcanzó el rango de especialis­ta y se desempeñó en la 82 División Aerotransp­ortada. Recibió numerosos reconocimi­entos hasta 2001 cuando se retiró con honores.

En 2004, alejado del ejército, Héctor fue detenido y encarcelad­o por disparar a un vehículo en movimiento. “Anduve en malos pasos, no disparé esa arma, pero fue imposible probarlo en la corte y aún así, pagué”, cuenta Héctor desde El Búnker, como conocen la casa para veteranos deportados que inició en Tijuana, en 2010.

El viernes pasado Héctor cruzó la frontera de Tijuana a San Diego. Lo hizo luego de despedirse de sus amigos y otros activistas que se han sumado a su causa. Del otro lado, tres agentes lo escoltaron hasta las oficinas de Inmigració­n, donde juró como estadunide­nse.

En Compton, Margarita y Natividad recibieron a su hijo con abrazos y lágrimas, hicieron una reunión donde hubo mole y cerveza. Héctor abrazo a su hija y tomó cientos de fotos.

Héctor volverá a Tijuana por un año más, donde seguirá trabajando para que otros veteranos puedan hacer lo que para él es el segundo american dream.

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MELISSA DEL POZO

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