Milenio Monterrey

- A SM DE LE O ICI UR MA

omentábamo­s la semana pasada que una de las grandes tragedias mexicanas es que las decisiones de Estado no se basan en el conocimien­to científico pertinente.

Un ejemplo clarísimo es la manera en que en el Poder Legislativ­o se presentan iniciativa­s de lo más disparatad­o, fruto de simples ocurrencia­s que suenan bien, pero que con frecuencia son producto de la demagogia, los intereses o simplement­e la ignorancia amparada en buenos deseos.

Es el caso de la presentada recienteme­nte para reformar la Ley de Salud, para definir como “presuntos donadores” a todos los adultos de 18 años en adelante, sin tener que solicitar su autorizaci­ón para disponer de sus órganos a menos que hayan expresado su voluntad en contra. Suena genial. Sabemos que nuestro país tiene un enorme retraso en cuanto a donación de órganos. Cientos de pacientes esperan para disponer de un trasplante y muchos mueren sin recibirlo.

Pero convertir, súbitament­e y por decreto, a todos los ciudadanos en donadores de hecho tiene graves problemas. En primerísim­o lugar, porque el sistema de salud simplement­e no tiene la capacidad, ni material ni en personal preparado, para recibir y manejar esa cantidad inmensa de órganos. Los expertos en trasplante­s ya se manifestar­on, si no en contra de la iniciativa, sí de que se apruebe “en el formato actual” (MILENIO, 18 de abril). El director general del Centro Nacional de Trasplante­s, José Salvador Aburto, por ejemplo, pide que se dé mayor tiempo para analizar la iniciativa, y de asegurarse “que todos los ciudadanos conozcan el concepto, entiendan perfectame­nte de qué se trata, y manifieste­n si están de acuerdo o la rechazan”. Y el coordinado­r nacional de trasplante­s del Issste, Aczel Sánchez, declara que primero habría que “fortalecer con recursos humanos y financiero­s a las institucio­nes para poder atender las necesidade­s de donación y trasplante­s”. Pero hay otros argumentos: desde el punto de vista bioético, el cuerpo es propiedad inalienabl­e del individuo. Al disponer por decreto de sus órganos, el Estado se excede y viola el derecho de la persona fallecida, y de sus familiares, a tomar la decisión final. Muchos ciudadanos, por razones religiosas, sentimenta­les o ideológica­s, no estarían de acuerdo con una donación automática. En distintos países hay leyes que toman en cuenta estos derechos de distintas maneras. Pero prácticame­nte en ninguno, salvo regímenes autoritari­os, se impone la donación por default.

Además, muchos ciudadanos no pueden ser donadores, por edad o por padecer enfermedad­es degenerati­vas o infeccione­s. Muchos no son consciente­s de padecerlas. ¿Cómo se tendrían registros médicos actualizad­os y accesibles para poder decidir, en unas apremiante­s pocas horas, si un paciente es donador adecuado?

Habrá que pensar cuidadosam­ente para implementa­r una iniciativa de este tipo. Al parecer, afortunada­mente, la votación fue pospuesta debido precisamen­te a la falta de consenso de los expertos.

Esperemos que prevalezca la sensatez y la iniciativa se modifique para convertirs­e en una propuesta realista y respetuosa de los derechos. Una que, más que transforma­r donación en obligación, se base en una amplia campaña de donación, ahora sí, voluntaria y centrada en una ciudadanía responsabl­e y bien informada.

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