Proteger las democracias
Es un hecho que el autoritarismo crece en el mundo y que las democracias están en riesgo. Es una marca de la época actual. No todo está perdido, como los más pesimistas señalan, pero sí hay que estar muy vigilantes.
El único mecanismo autoritario, fijo, inamovible, no intercambiable y absolutamente sagrado que debería tener una democracia es aquel que defienda a la misma democracia del autoritarismo, aunque éste pretendiera llegar por voluntad popular. Es decir, hay que ponerle un candado a las tentaciones que inevitablemente surgirán en un país cuando éste pase por épocas difíciles, cuando haya crisis económicas, cuando gobiernen políticos corruptos o ineficaces. Ponernos de acuerdo, antes de que sea muy tarde, en que no se va a tolerar la intolerancia, y que ningún gobernante, por más bueno que sea o que aparente ser, podrá permanecer en el poder más de cierto tiempo, pase lo que pase, y que ningún líder, tenga la causa, carisma, o popularidad que tenga, puede estar por encima de las leyes o de la estructura institucional.
Dirán algunos que las instituciones se pueden equivocar y pueden estar llenas de intereses, o coartadas por grupos minoritarios. Sí, es verdad, y no es lo ideal, pero incluso eso es mejor que acumular el poder en una sola persona, con un sistema completamente vertical. Al menos cuando hay grupos al mando, puede haber algunos balances. La democracia acepta la imperfección política, e implica el entendimiento de que hay distintas formas de pensar en la sociedad. Pero ninguna de estas formas debería ser antidemocrática, porque entonces el sistema se autodestruye.
Apunte spiritualis. Desear un país perfecto es un error. Desde luego que es importante la motivación para mejorar, y para eso es la competencia política, y por supuesto que puede haber grandes movimientos dentro del marco democrático. El problema son las propuestas utópicas que justifican el autoritarismo. Ahí muere la democracia, o lo poco que había de ella.