Milenio Monterrey

Horror en la cámara de la muerte

La mirada de Bundy buscó un rostro familiar. Había 42 testigos… nadie le dio un gesto de piedad

- JOSÉ LUIS DURÁN KING operamundi@gmail.com @compalobo

El 24 de enero de 1989, uno de los prominente­s asesinos seriales de EU, Ted Bundy, fue ejecutado en la silla eléctrica de la Prisión Bradford de Florida.

Horas antes de recibir la descarga fatal, el otrora arrogante homicida invirtió su tiempo en llorar y rezar al lado de Fred Lawrence, el ministro metodista que acompañó al condenado en su noche más oscura.

Cuando el sol asomaba en el horizonte, Bundy fue conducido a la cámara de la muerte. Su engreímien­to había desapareci­do, así como el color de su piel. “Su rostro estaba cenizo. Las piernas le temblaban. Se veía viejo y cansado. Yo esperaba ver a un yuppie. Pero sus ojos estaban desorbitad­os”, explicó uno de los guardias que ató al asesino a la silla de madera.

La mirada de Bundy buscó algún rostro familiar de trás del cristal. Había 42 testigos, incluidos los hombres que lo habían procesado, pero nadie le devolvió siquiera un gesto de piedad. Uno de los testigos era Ron Word, un periodista ahora retirado de 67 años, que presenció más de 60 ejecucione­s oficiales cuando trabajaba para la agencia Prensa Asociada en EU.

El señor Word recuerda prácticame­nte todas las ejecucione­s que cubrió como periodista, aunque hubo algunas cuyas imágenes se le quedaron para siempre en la cabeza por los detalles escabrosos que las rodearon.

Word señala que seis años después de atestiguar su primera ejecución, la agencia le asignó cubrir la muerte de Jesse Tafero en la silla eléctrica, el 4 de mayo de 1990, en Raiford, Florida. Tafero había sido condenado por el asesinato de dos personas, una de ellas un oficial de la policía. El condenado siempre alegó inocencia, nada fuera de lo común en los presos que esperan turno de ejecución en el corredor de la muerte.

Según Word, el representa­nte de la ley que lo ató a la silla eléctrica colocó una esponja sintética húmeda entre la cabeza y el metal del artefacto, en vez de una esponja demar, la cual permite un mayor flujo de la energía y, por lo tanto, una muerte relativame­nte rápida.

El error ocasionó que ardiera la capucha de piel y el cuero cabelludo de Tafero. Después del consabido “usted dispense”, los verdugos repitieron la acción hasta en tres ocasiones. Fueron necesarias tres descargas de casi 2 mil voltios y siete minutos de actividad para que Tafero fuera declarado muerto.

Tafero fue literalmen­te achicharra­do, por lo que el olor a carne carbonizad­a persistió por semanas en el área que circunda a la cámara de la muerte. La agonía fue terrible al grado que uno de los testigos, Walter Rhodes, confesó ser el asesino del agente de policía y del amigo canadiense de este último.

Word recuerda también la muerte mal ejecutadad­e un preso al que fue necesario aplicar dos dosis de drogas letalesant­es de anunciar que el objetivo se había al canzado. En un lapso de 34 minutos, el reo parpadeaba rápidament­e y abría la boca a causa del dolor que le causó el líquido en su cuerpo.

De la ejecución de Bundy, Word recuerda el ambiente festivo cuando las autoridade­s anunciaron la muerte al público congregado afuera de la prisión.

“Erauncirco… hubo incluso juegos pirotécnic­os”._

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