Milenio Monterrey

EPN no entendió que no entendía…

- JUAN PABLO BECERRA-ACOSTA jpbecerra.acosta@milenio.com @jpbecerrac­osta

Enrique Peña Nieto terminó su mandato de la forma más bochornosa posible: enjuiciado por su sucesor ante una sesión de Congreso General del Poder Legislativ­o, tuvo que soportar larguísimo­s minutos de crítica lapidaria, por momentos rudísima, diría yo que hasta excesiva.

Millones de mexicanos lo vieron compungido, limpiándos­e el sudor, el rostro descompues­to. De pronto depositaba una pastilla o dulce en su lengua, como si tuviera la boca seca, la garganta cerrada.

El ex presidente vivió sus minutos más humillante­s en público. Y por el juicio de los ciudadanos, parece que la Historia (con mayúscula) va a ser muy severa con él: terminó con una aprobación de tan solo 24%. Felipe Calderón, a pesar de iniciar la guerra, concluyó con 53%; Vicente Fox, con todo y el desencanto que provocó (mil banalidade­s y pocos cambios), finalizó con 59%; Ernesto Zedillo acabó con 66%, no obstante que hundió a México en su peor crisis económica. Y el villano favorito, por sus arbitrarie­dades, excesos y torpezas, Carlos Salinas de Gortari, dejó el poder con 77% (Consulta Mitofsky).

Así que Peña Nieto es el presidente peor evaluado durante la joven democracia mexicana (2000-2018): lo desaprueba 74% de los ciudadanos, de acuerdo con lo que publicó Parametría en MILENIO el viernes pasado, a través de la pluma de su director, Francisco Abundis, cuya medición es todavía más dura: solo 22% lo aprueba.

¿Cuál fue el mayor logro de su gobierno? “Ninguno”, respondió 46.2% de los encuestado­s por El Universal ( jueves pasado). En segundo lugar, con un magro 7.3% de las menciones, aparece el TLC. Sus reformas estructura­les acabaron hasta el quinto sitio, con solo 6.4%. Así que la mayoría de los mexicanos ve en Peña Nieto un fracaso para olvidar, una narrativa sexenal para tirar a la basura.

Lo he dicho varias veces, parafrasea­ndo aquel contundent­e subtítulo del semanario The Economist sobre Peña Nieto (y el pantano de la mayoría de los hombres y mujeres de su gabinete): nunca entendiero­n que no entendían (la mención aquel enerode201­5fue:“UnPresiden­tequenoent­iende que no entiende”).

Su arrogancia, su soberbia, esa convicción que tuvieron siempre de que todos estaban equivocado­s menos ellos y sus zalameros, los cegaron: era como si nunca hubieran existido la casa blanca, la casa de Malinalco (Luis Videgaray), los conflictos de intereses y la corrupción de los Duarte, los Borge, etcétera. Fueron insolentes hasta que perdieron los pasados comicios e incluso después de la paliza electoral algunos espetaban lo pendeja que es la gente de este país por haber llevado al poder a Andrés Manuel López Obrador. El ego aniquiló a Peña Nieto y los suyos.

Por cierto, sobre el flamante Presidente, lo que vi el sábado durante su asunción justamente fue eso: que un tlatoani era entronado, endiosado, como no ocurría desde los peores tiempos del antiguo y autoritari­o PRI.

Pero bueno, esa es otra historia…

Millones lo vieron compungido, limpiándos­e el sudor y con rostro descompues­to

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