Soñar una Cuarta Transformación…
En su encendido discurso, el Presidente de la República dejó en claro que el eje vertebrador de la Cuarta Transformación será “acabar con la corrupción y la impunidad”. Visto lo visto, eliminar dichos males resulta ser uno de los proyectos más ambiciososque,anivelgubernamental,sehayaplanteado en las últimas décadas. Me explico.
En una de sus investigaciones en torno a las violaciones de los derechos humanos en México, Luz Ángela Cardona y Luis Daniel Vázquez afirman que la corrupción puede adoptar cualquiera de estas formas: “Captura o cooptación estatal, tráfico de influencias, conflicto de intereses, negociaciones incompatibles, parcialidad, donación en campañas electorales, malversación de fondos, partidas presupuestarias secretas, fraudes, uso de información privilegiada, enriquecimiento ilícito, soborno, extorsión, arreglos, colusión privada, alteraciones fraudulentas del mercado, especulación financiera con fondos públicos, puerta giratoria, clientelismo, nepotismo, compra de votos…”.
Si a lo largo de su larga campaña el ahora Pejidente peleó ferozmente contra los tentáculos de la “mafia del poder”, la pelea que ahora dará es contra un monstruo de mil cabezas al que no se puede abatir con palabras enconadas, buenas intenciones o siendo el vivo ejemplo de congruencia, honestidad y transparencia pública. Para acabar con la corrupción en México no basta con ondear la bandera de la integridad y ser honesto.
Imposible negar que resulta muy motivante que un Presidente en su discurso de investidura declare que su “honestidad es lo que más estima”, que “rechaza la simulación y el circo”, que reconoce que la corrupción inicia en “los primeros niveles del sector público y privado”, que acepta que “faltarían cárceles para castigar a los corruptos”, que la “corrupción pública es la causa de la desigualdad económica y social, la inseguridad y la violencia”, que la Cuarta Transformación, para que no sea solo un sueño, debe partir de la “regeneración” moral de México.
Sin duda, todo esto suena muy bien; lo interesante es saber cómo el Pejidente hará realidad sus intenciones sin contradecirse, resbalarse, valerse de verdades a medias o traicionar los ideales morales que le llevaron hasta la Presidencia.
Con todo, de poco sirve la integridad moral de un Presidente cuando gobierna a un pueblo que, en muchos sentidos, se asume y actúa de modo corrupto.