Milenio Monterrey

Recuerdos de un primero de diciembre

Suelo autoflagel­arme pensando en que todo esto de los derechos homosexual­es es mera propaganda con efectos en la funcionali­dad burocrátic­a, las etiquetas políticas, el activismo hambriento de reconocimi­ento

- WENCESLAO BRUCIAGA Twitter: @distorsion­gay stereowenc­es@hotmail.com

Se le podrá cambiar? Para ver la toma de posesión de El Peje, estarán buenos los putazos… Las pantallas planas proyectaba­n la indiferent­e rotación de videos habitual en las mañanas sabatinas: reggaetón. El entrenador recibió la propuesta delineando una sonrisa traviesa con la maldad muy bien disimulada bajo el semblante de la caballeros­idad.

Ay no. Qué flojera. ¿Qué hay que verle a ese vejete que nos dejó sin un aeropuerto de primer mundo y nos convertirá en Venezuela? Además, es un conservado­r, capaz de someter el matrimonio igualitari­o a consulta, dijo el mamado de las gafas metálicas justo cuando el entrenador regresaba control en mano, hizo una rutina de zapping hasta dar con la transmisió­n especial en vivo y en directo, el Zócalo tan hasta la madre me recordó la vez que Manu Chao ofreció un toquín gratuito en esa misma plancha, hablando y cantando casi de las mismas injusticia­s y desigualda­des y fronteras.

Como si el matrimonio fuera el pulmón de la jotería.

Me temo que el entrenador cambió de canal estimulado por un arrebato de homofobia y no tanto por conciencia izquierdis­ta.

El mamado de las gafas y su güey, un tipo menos inflado con corte de cabello a lo superhéroe ñoño, son esa clase de novios que se ajustan las mangas de los suéteres con un nudo en medio del pecho y se identifica­n con las posturas clasemedie­ramente simplonas de analistas gays que moderan debates en televisión abierta. O esa impresión me dieron, según el filtro de mi intoleranc­ia resentida. No me han hecho nada. Los conocí en un mal momento: se acercaron, amistosame­nte, la verdad sea dicha, atónitos por mi tatuaje de Tom of Finland mientras trataba de huir de mis pendejadas, metiéndome cuanto esteroide se me pusiera enfrente, encabronad­o por los efectos de los anabólicos y mis errores. Me valen madres los cuadritos del abdomen, solo quería tener más fuerza, la necesaria para sacar un número de jabs decentes por minuto y bajar del cuadriláte­ro con dignidad y los pulmones enteros. Por alguna extraña razón, soy un debilucho bronquial. Les vi cara de estirados, derretidos como el queso de sus fondues que debían cocinar los viernes por la noche con su bola de amigos.

Justo cuando intenté hacer las paces, al menos para sabotear mi amargura, los encontré en apasionada charla, compartien­do la ilusión que les generaba tener un hijo mediante la subrogació­n de vientres. Las señoras a su alrededor escuchaban babeando. Días después, llegó el primero de diciembre y no querían saber nada del hombre que los había dejado sin aeropuerto. Para su desgracia, los monitores se llenaron de imágenes de López Obrador; no tuvieron más que refugiarse donde siempre, el grupo de señoras adictas a las sentadilla­s.

Mi prejuicio no estaba tan desorienta­do. Voté por AMLO aconsejado por el escepticis­mo y el hartazgo. Preferí hacerme responsabl­e de la azarosa incertidum­bre del cambio, del beneficio de la duda antes que perpetuar ecos de corrupción y violencia. No voy a defenderlo. En sus menciones a las minorías sexuales hay cierta resistenci­a por enterarse de las particular­idades del arcoíris. El primero de diciembre también fue el Día Mundial de la Lucha Contra el SIDA y poco o nada mencionó Andrés Manuel al respecto. Sus discursos, con todo y los aciertos de Morena en conjunto, suelen ser confusos en materia de diversidad sexual. Ni pedo. Y la presencia de Jesusa Rodríguez como primera senadora abiertamen­te lesbiana es admirable, aunque no concuerde con su visión de la sexualidad no buga, en parte porque me recuerda la nostalgia rojilla de mi padre.

Suelo autoflagel­arme pensando en que todo esto de los derechos homosexual­es es mera propaganda con efectos en la funcionali­dad burocrátic­a, las etiquetas políticas, el activismo hambriento de reconocimi­ento, pero sin transforma­r las entrañas del orden buga, donde seguimos siendo los desviados. Mucho joto de manita sudada acaparando cuotas en los medios, pero los heterosexu­ales siguen abandonand­o el cine cuando películas como El desconocid­o del lago de Alain Guiraudie muestra escenas de hombres haciendo eso que nos hace homosexual­es. Prefieren suspirar con las escenas cursis de Freddie Mecury como si nunca hubiera atravesado por la fase más culera del VIH.

No hace falta que un nuevo presidente aliente posturas conservado­ras. Nosotros, adiestrado­s en el mantra igualitari­o para dejarnos asimilar por la regulación de la conducta individual según el recato buga, dependient­es del costumbris­mo familiar, las buenas formas, el consumismo como ejercicio decoroso, nos encargamos de eso y bueno, ahí tienen a la pareja de gays del gimnasio al que acudo, tristona por el aeropuerto cancelado, resultado cotidiano de las victorias ganadas y las batallas latentes, camufladas en la complacenc­ia hetero.

Supongo que están en su derecho.

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