Recuerdos de un primero de diciembre
Suelo autoflagelarme pensando en que todo esto de los derechos homosexuales es mera propaganda con efectos en la funcionalidad burocrática, las etiquetas políticas, el activismo hambriento de reconocimiento
Se le podrá cambiar? Para ver la toma de posesión de El Peje, estarán buenos los putazos… Las pantallas planas proyectaban la indiferente rotación de videos habitual en las mañanas sabatinas: reggaetón. El entrenador recibió la propuesta delineando una sonrisa traviesa con la maldad muy bien disimulada bajo el semblante de la caballerosidad.
Ay no. Qué flojera. ¿Qué hay que verle a ese vejete que nos dejó sin un aeropuerto de primer mundo y nos convertirá en Venezuela? Además, es un conservador, capaz de someter el matrimonio igualitario a consulta, dijo el mamado de las gafas metálicas justo cuando el entrenador regresaba control en mano, hizo una rutina de zapping hasta dar con la transmisión especial en vivo y en directo, el Zócalo tan hasta la madre me recordó la vez que Manu Chao ofreció un toquín gratuito en esa misma plancha, hablando y cantando casi de las mismas injusticias y desigualdades y fronteras.
Como si el matrimonio fuera el pulmón de la jotería.
Me temo que el entrenador cambió de canal estimulado por un arrebato de homofobia y no tanto por conciencia izquierdista.
El mamado de las gafas y su güey, un tipo menos inflado con corte de cabello a lo superhéroe ñoño, son esa clase de novios que se ajustan las mangas de los suéteres con un nudo en medio del pecho y se identifican con las posturas clasemedieramente simplonas de analistas gays que moderan debates en televisión abierta. O esa impresión me dieron, según el filtro de mi intolerancia resentida. No me han hecho nada. Los conocí en un mal momento: se acercaron, amistosamente, la verdad sea dicha, atónitos por mi tatuaje de Tom of Finland mientras trataba de huir de mis pendejadas, metiéndome cuanto esteroide se me pusiera enfrente, encabronado por los efectos de los anabólicos y mis errores. Me valen madres los cuadritos del abdomen, solo quería tener más fuerza, la necesaria para sacar un número de jabs decentes por minuto y bajar del cuadrilátero con dignidad y los pulmones enteros. Por alguna extraña razón, soy un debilucho bronquial. Les vi cara de estirados, derretidos como el queso de sus fondues que debían cocinar los viernes por la noche con su bola de amigos.
Justo cuando intenté hacer las paces, al menos para sabotear mi amargura, los encontré en apasionada charla, compartiendo la ilusión que les generaba tener un hijo mediante la subrogación de vientres. Las señoras a su alrededor escuchaban babeando. Días después, llegó el primero de diciembre y no querían saber nada del hombre que los había dejado sin aeropuerto. Para su desgracia, los monitores se llenaron de imágenes de López Obrador; no tuvieron más que refugiarse donde siempre, el grupo de señoras adictas a las sentadillas.
Mi prejuicio no estaba tan desorientado. Voté por AMLO aconsejado por el escepticismo y el hartazgo. Preferí hacerme responsable de la azarosa incertidumbre del cambio, del beneficio de la duda antes que perpetuar ecos de corrupción y violencia. No voy a defenderlo. En sus menciones a las minorías sexuales hay cierta resistencia por enterarse de las particularidades del arcoíris. El primero de diciembre también fue el Día Mundial de la Lucha Contra el SIDA y poco o nada mencionó Andrés Manuel al respecto. Sus discursos, con todo y los aciertos de Morena en conjunto, suelen ser confusos en materia de diversidad sexual. Ni pedo. Y la presencia de Jesusa Rodríguez como primera senadora abiertamente lesbiana es admirable, aunque no concuerde con su visión de la sexualidad no buga, en parte porque me recuerda la nostalgia rojilla de mi padre.
Suelo autoflagelarme pensando en que todo esto de los derechos homosexuales es mera propaganda con efectos en la funcionalidad burocrática, las etiquetas políticas, el activismo hambriento de reconocimiento, pero sin transformar las entrañas del orden buga, donde seguimos siendo los desviados. Mucho joto de manita sudada acaparando cuotas en los medios, pero los heterosexuales siguen abandonando el cine cuando películas como El desconocido del lago de Alain Guiraudie muestra escenas de hombres haciendo eso que nos hace homosexuales. Prefieren suspirar con las escenas cursis de Freddie Mecury como si nunca hubiera atravesado por la fase más culera del VIH.
No hace falta que un nuevo presidente aliente posturas conservadoras. Nosotros, adiestrados en el mantra igualitario para dejarnos asimilar por la regulación de la conducta individual según el recato buga, dependientes del costumbrismo familiar, las buenas formas, el consumismo como ejercicio decoroso, nos encargamos de eso y bueno, ahí tienen a la pareja de gays del gimnasio al que acudo, tristona por el aeropuerto cancelado, resultado cotidiano de las victorias ganadas y las batallas latentes, camufladas en la complacencia hetero.
Supongo que están en su derecho.