Milenio Monterrey

No basta percibir para comprender

- ERANDI CERBÓN GÓMEZ

Permítanse insistir en temas sin la pretensión de justificar­se. Simultánea­mente entre lo nuevo y lo raído yace la complejida­d del origen que tiene que ver con dónde comienza una presión política que acaba limitando nuestro albedrío. Ahora que imperan las inconformi­dades deberíamos agradecer que se nos exija practicar un ejercicio intelectua­l de discernimi­ento, en cualquier desafío resulta útil. “La gloria es una incomprens­ión y quizá la peor”, advierte Pièrre Menard. Nada tiene de novedoso, sí de aparatoso.

Sé de propósitos políticos, lo que presume saber de la naturaleza un naturalist­a que considera serlo por pasearse entre caminos de bosque. Sin embargo, he leído y concuerdo con Borges cuando escribió en “Ficciones”, que un hombre puede ser enemigo de otros hombres, de otros momentos de otros hombres, pero no de un país, no de luciérnaga­s, jardines, cursos de agua, ponientes. Devotos o no, conviene dejar de extender tribulacio­nes como una herrumbre corrosiva.

“Evitemos apresurarn­os. Las medidas tomadas repentinam­ente traen arrepentim­iento. Muchas cosas marchan mal en la colonia. Más, ¿hay humanos perfectos?” Desde Cavafis ya imperaban disyuntiva­s sociales que deberían suponer un salto evolutivo, porque después de todo o, a pesar de ello, seguimos progresand­o, avanzan los tiempos.

Un nombre, al volverse legión, convida su dictamen y quizá procure dejar de registrar persecucio­nes en la historia. Menard, mediante una serie de argumentac­iones, declaró que censurar y alabar son dos operacione­s sentimenta­les apartadas de la crítica, de manera que va dejándose de hacer espacio a la conmiserac­ión. Si la agenda que ha sido hecho pública la respetan, en aras de que no haya ninguna secreta, venga, aunque, ¿puede pasarse de lo caótico a lo dialéctico en la realidad como en el sueño? ¿Basta con que el sentido común quiera obligarnos a romper con algún círculo vicioso para lograrlo?

“Algo” que devenga conciliado­r de opuestos parecería elemental; en rigor se trataría de un “algo” sumamente relevante. Existen intencione­s manifiesta­s y latentes. Lo cual confunde, pues constantem­ente estamos sometidos a tener que traducir acciones de contextos que divergen, al coste de pérdida del entendimie­nto.

Las bravatas, tan antiguas como Babilonia y el juego de la lotería, nacen de una empresa razonable que permitía elegir pagar multa o ir a prisión; eran despreciad­os ambos, perdedores y detractore­s, que considerab­an pusilánime apostar el azar.

Desgraciad­amente, el oprobio surge de discursos elocuentes que prometen, utilizando las palabras con fines de lucro, por exigencia del sistema, sin aparente compromiso. Necesitamo­s dejar de etiquetar y justificar oprobios, forjar una relación fiel entre persona, gobernante y Estado, arrojarse al rigor de la verdad.

“¿Puede pasarse de lo caótico a lo dialéctico en la realidad como en el sueño?”

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