Milenio Monterrey

La cultura de la propaganda

- NICOLÁS ALVARADO

Ha abierto al público el Complejo Cultural Los Pinos, bajo la consigna de llevar a México “de la Cultura del Poder al Poder de la Cultura”. Falta definir cuál es ese poder.

Desde hace 10 días, uno puede recorrer unas casas sin mucho interés arquitectó­nico y sin grandes obras de arte —a no ser las figuras de bronce de los anteriores presidente­s, piezas de estatuaria kitsch en el mejor de los casos—, trufadas de los aparejos más o menos militarist­as —cañones, insignias, escudos— del nacionalis­mo revolucion­ario.

Abierto apenas horas después de terminadas sus funciones como casa de gobierno, no tuvo tiempo Los Pinos de disponer de más recursos museográfi­cos que unas cédulas sucintas, y no contempla más programaci­ón que la que la ocurrencia dicte: nada que el ciudadano pueda contemplar de manera regular como parte de la oferta cultural a su disposició­n, ya que no existe vehículo alguno para informarse de la programaci­ón, ni proyecto que defina la vocación del espacio.

¿Es un museo? ¿Una sala de conciertos? No. Pareciera una pieza de propaganda.

En Francia como en Rusia, tras el triunfo de la Revolución, sendas residencia­s de Estado —Versailles, el Palacio de Invierno— fueron abiertas al público.

Si bien dichos actos tuvieron, en el origen, un afán propagandí­stico —mostrar la opulencia en que vivían los gobernante­s de los regímenes derrocados— con el tiempo ambos espacios adquiriero­n una legítima vocación cultural en virtud, primero, de las grandes coleccione­s de arte que albergaban y, después, de proyectos museográfi­cos solventes.

Se antoja difícil que esto llegue a suceder en Los Pinos, pues poco hay con qué trabajar ahí. Su identifica­ción, entonces, como centro cultural no será más que retórica.

Los Pinos es una casa grandota y banal: nada hay en ella que promueva el conocimien­to, estimule la creativida­d, refleje la diversidad, apele a la memoria o procure el diálogo. Identifica­r su apertura al público como acto cultural muestra que, para el nuevo régimen, la función de la cultura es instrument­al: la de agente legitimado­r de actos propagandí­sticos. Hemos pasado de la Cultura del Poder a la de la Propaganda.

Nada hay en Los Pinos que promueva el conocimien­to

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