Milenio Monterrey

Fernando Escalante

“El impuesto a las gasolinas desató en Francia una crisis de alcance incalculab­le”

- FERNANDO ESCALANTE GONZALBO

Se me ocurre que la revuelta de los chalecos amarillos en Francia prefigura muchos de los conflictos por venir. El movimiento, la reacción del presidente, la de la clase política, el conjunto es una expresión muy caracterís­tica del espíritu de los tiempos: una pequeña contingenc­ia, en este caso el impuesto a las gasolinas, desata una crisis de alcance incalculab­le, que desde el inicio rebasa a todas las institucio­nes políticas. Y pienso que por eso nos interesa tratar de entenderla.

El nuevo impuesto sobre las gasolinas suponía en particular un incremento de 18 por ciento en el precio del gasóleo, que usa más de la mitad de los automóvile­s en Francia. El aumento era grave porque muchos franceses están obligados a transporta­rse en automóvil. Ahí está uno de los nudos de la crisis. El encarecimi­ento de la vivienda en el centro de las ciudades, producto de dinámicas globales, ha obligado a la clase media a desplazars­e cada vez más lejos, hacia la periferia de las grandes ciudades, que no tienen un servicio público de transporte suficiente –como no lo tienen tampoco muchas zonas rurales, donde vive buena parte de la población francesa (aproximada­mente la mitad vive en localidade­s de menos de 10 mil habitantes). Es decir, que en un primer momento la protesta dice que el Estado impone una carga adicional a aquellos a los que no ofrece un servicio de transporte.

Pero además esa clase media ha padecido una erosión constante del poder adquisitiv­o de los salarios en las últimas décadas. Una parte apreciable de la población activa, en especial los jóvenes, tienen empleos precarios, de tiempo parcial, mal remunerado­s, de manera que se ven obligados a endeudarse. En ese contexto, el nuevo impuesto a las gasolinas rompió el precario equilibrio de sus finanzas. Y ofreció lo que faltaba: un objetivo concreto para enfocar la indignació­n, algo contra lo que movilizars­e.

El detonador fue el impuesto no sólo por el costo que supone para muchas familias, sino porque Macron inició su mandato proponiend­o la supresión del Impuesto Sobre las Fortunas –es decir, se lee que quita impuestos a los ricos, los aumenta para los pobres. El ISF es casi insignific­ante: aportaría alrededor de 3 mil millones de euros, donde el ISR aporta 73 mil millones y el IVA, 153 mil millones, y el nuevo impuesto sobre las gasolinas, unos 34 mil millones de euros. El problema no es ése, no es pagar impuestos, más o menos, sino que se perciba que el sistema es justo (o no). La revuelta de los “chalecos amarillos” está pidiendo una discusión moral sobre el pacto fiscal de Francia.

La elección de Emmanuel Macron fue también expresión del espíritu de los tiempos. El descrédito de los partidos tradiciona­les, la crisis del sistema de representa­ción, permitió el ascenso de un personaje que se fabricó una imagen creíble como outsider, y que prometió e impuso un liderazgo bonapartis­ta, por encima de los partidos. El problema es que, llegada la crisis, no hay un sistema de mediacione­s para gestionarl­a. No sirven ni los partidos ni los sindicatos, no hay intermedia­rios. Y todo se juega en la calle.

La revuelta está pidiendo una discusión moral sobre el pacto fiscal de Francia

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