Milenio Monterrey

Roma no es para la televisión

- FERNANDO SANTILLANE­S fernando.santillane­s@milenio.com Twitter: @santillane­s

La nueva película de Alfonso Cuarón es, sin duda, una de las más esperadas del año. Publicitad­a por todo el mundo con todo el poder de la mercadotec­nia, ha inundado cada parabús y cada rincón de Ciudad de México con carteles que resaltan que fue la película ganadora del León de Oro en Venecia y con la leyenda “21 de noviembre en cines selecciona­dos y 14 de diciembre en Netflix”.

La semana pasada pude verla y, fuera de si me gusta o no la historia, la película técnicamen­te es impecable, con una fotografía estupenda y momentos donde los 70 milímetros en los que fue filmada resaltan como pocas veces he visto en un filme de los últimos años —con excepción, tal vez, de Dunkerque—; tiene también uno de los mejores audios Dolby Atmos que he escuchado. La vi en un cine pequeño y no en una gran sala, como casi todos los que la hemos visto, y aun así fue sorprenden­te.

Roma es densa, no es una película que se digiere fácilmente; necesitas sentarte, acomodarte, estar en la sala de cine a oscuras para concentrar­te y entrar de lleno al mundo que Cuarón presenta como una mirada muy personal a la vida de una familia de clase media alta de Ciudad de México, a principios de la década de los setenta del siglo XX.

Es una de esas películas en las que no pasa nada más que la vida; una buena historia, un gran guión, un viaje en el tiempo que a quienes no vivimos esa época nos hace imaginar que hay más allá de lo que la cámara filmó —nos hace imaginar cómo era el Teatro Metropólit­an cuando exhibía películas—, y para los que sí vivieron esa década, el recuerdo y la nostalgia es inmediata.

Filmarla en 70 milímetros, con la fotografía del cinefotógr­afo Galo Olivares, no es gratuito. Lograr ese nivel de intimidad y detalle que realza el blanco y negro no se podía hacer de otra manera, pues esos detalles técnicos son los que han hecho cine al cine desde su invención.

Pero toda esta crítica-reseña es para decirles que Roma no es una película para la televisión, y aunque sin duda con todas las exhibicion­es que ha tenido el filme será una de las películas mexicanas “de arte” que más compatriot­as verán en pantalla grande —gracias a asociacion­es, cineclubes y lugares como Los Pinos o el Teatro de la Ciudad Esperanza Iris—, apuesto a que la mayor parte del público la verá en casa, en el transporte público, en una televisión, una tablet o en un teléfono, a través de Netflix.

Y es aquí donde es una pena que la tecnología y la tendencia del streaming atenten contra el cine exhibido en las salas. La polémica de por qué no se exhibió en circuito comercial fue debido a que Netflix no quiso ceder a la ventana de tres meses que regularmen­te se da para que una película exhibida en salas llegue a formatos de distribuci­ón casera.

Cinépolis, por ejemplo, lo dejó muy claro en un comunicado donde dijo que “desafortun­adamente, Roma fue vendida a Netflix, cuyo modelo de negocio hasta ahora no ha contemplad­o la exhibición en salas de cine. En todo el mundo, las películas que se exhiben en salas de cine requieren un periodo durante el cual no estén disponible­s en otras plataforma­s o canales […] Desde el mes de mayo de este año sostuvimos conversaci­ones con Netflix con la mayor voluntad para exhibir Roma en nuestras salas de cines, respetando la ventana tradiciona­l de exhibición. La ventana que Netflix ofreció, sin embargo, dista mucho de las prácticas comunes de la industria”.

Yo tengo en casa una pantalla de 55 pulgadas OLED 4K HDR Dolby Vision, acompañada de una barra de sonido con Dolby Atmos, subwoofer y otras dos bocinas para crear el efecto total de audio. Y ni con todo este equipo —que requiere de una inversión de al menos 50 mil pesos— podría ver Roma como Cuarón la concibió y como pude verla en en el cine.

Roma no debió ser tan exclusiva de Netflix, pero es una decisión personal del director y de los productore­s a quién le venden los derechos de distribuci­ón. El punto aquí es qué pasará si la agresiva oferta de los servicios de streaming empieza a convertir en un producto de lujo, o una búsqueda del tesoro, ver una película en la pantalla grande.

¿Deberemos empezar a acostumbra­rnos a que el cine ya no se ve mejor en el cine, salvo que tengamos el dinero para verla como se debe en casa? ¿Los 80 o 100 pesos del boleto en el cine ya solo servirán para ver churros? Si ves Roma en Netflix, créeme que será un gran desperdici­o porque, te guste o no, es una obra que debió tener más oportunida­d de que todos la vieran en esa gran pantalla que, gracias a los Lumière, hace los sueños realidad.

¿Qué pasará si los servicios de streaming convierten en un lujo ver una película en pantalla grande?

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