Reclamo a la forma de hacer política
Hemos logrado discutir los procedimientos del Estado sin detenernos a pensar con cuidado en el Estado. Los sueldos exorbitantes de unos cuantos jueces y su ajuste con aparente intromisión en las funciones de los distintos poderes son el debate de las dos cosas. Las hicimos excluyentes. Unos han decidido despreciar la naturaleza de las estructuras que, aunque disfuncionales, nos permitirían ordenarlas para aspirar a un aparato de gobierno medianamente eficaz. Otros, escogieron defender los mayores defectos de esas estructuras con tal de no permitir el atropello de las frivolidades inadmisibles, cuya anulación abriría la puerta a la injerencia de lo infranqueable. ¿Por qué en México los símbolos siguen siendo más urgentes que la crisis de derechos humanos?
No es solo el gobierno de López Obrador y su oposición. Nos estamos ocupando de los adornos de la casa porque sin ellos las paredes apenas sirven para protegernos, pero no estamos dispuestos a aceptar que el piso sigue siendo el mismo que detestamos mientras el techo se cae a pedazos.
¿Qué país es éste donde algunos procedimientos son tanto más que aquello sobre lo que deberíamos actuar en primer lugar? ¿Cómo nos la hemos arreglado para quitar de nuestra prioridad máxima las casi cuatro decenas de miles de desaparecidos, y nos enfocamos en discutir sobre lo que debía estar medianamente resuelto? Mal, sin duda, pero jamás más importante para la salud de un país que se quiera llamar decente, que la tragedia de cientos de miles de vidas destruidas o extintas por la violencia y la indiferencia. Juntas.
¿Qué necesidad tenía el gobierno mexicano en destinar tanta energía con semejante prisa en los bonos de un aeropuerto? En construir entre sí una confrontación inútil para este momento. ¿Qué necesidad de convertir el todo en una discusión de centavos? En dirigir el debate público al auspicio de un tren por una deidad New age. ¿En verdad creen que incluso si su tren es puntual, si encuentran el proverbial lago de Texcoco y si logran tener a la burocracia más eficiente y barata del mundo, las fosas, los desaparecidos y las familias destruidas verán con orgullo el país que les ha quitado todo?
Volvimos a perdernos entre los elementos que rodean la tragedia con tal de eludir la tragedia, estamos tan enamorados de la grilla que la política no es más que un escaparate para discutir nuestras mezquindades.
¿Cuánto tiempo desperdiciaremos en el arrebato bravucón y la defensa de lo que se debería discutir sin olvidar los asuntos de vital importancia? De nuevo hemos sido incapaces de pensar lo mediano y lo grande en simultáneo.
En un país donde los derechos humanos importan poco porque nunca han sido capital político, se propone con relativa simpleza aumentar las razones de prisión oficiosa, la militarización de la seguridad interior, se impone la nulidad ante la mayoría de los crímenes que sobrepasan lo inefable, se anuncia la solución de una tragedia humanitaria en nuestra frontera norte con el traslado de migrantes centroamericanos a un lugar menos visible.
Nos molestan los síntomas, los padecemos, sin darnos cuenta de que los combatimos generando otros nuevos. El síntoma como estado del Estado mexicano.