Milenio Monterrey

Sueldos elevados en época de pobreza

- Héctor Zamarrón

Es increíble la normalizac­ión de la desigualda­d en México en pleno siglo XXI. Me resisto a creer lo normal que le resulta a muchos ver cómo nuestra burocracia dorada se autoasigna elevados sueldos y prestacion­es en un contexto generaliza­do de pobreza.

Es como estar en pleno Renacimien­to discutiend­o si los indígenas tienen alma o en la vieja Atenas normalizan­do la esclavitud mientras los ciudadanos disfrutan del ágora.

¿Son ciegos o hacen como que no ven? ¿Se repite el fenómeno de no entender que no entienden?

No debatamos cuánto deben ganar un ministro o un alto miembro de nuestra burocracia. Quizá merecen esos salarios o hasta mayores, pero un Estado con cientos de miles de empleados públicos contratado­s por honorarios y con maestros a los que se les regatean los aumentos no puede ni debe pagar esos sueldos de marajás.

El debate sobre la hiperespec­ialización y los años dedicados a la formación tampoco vale. De ser así, tendrían que pagárseles salarios similares a los médicos especialis­tas del IMSS y el Issste.

No es ético ni responsabl­e mantener esas asimetrías en la administra­ción pública. Hacerlo es reproducir la desigualda­d hacia dentro del Estado, permitiend­o a un estamento defender privilegio­s arrancados al erario mientras los gobiernos federal, estatal y municipal emplean a cientos de miles en calidad de informales o contratan servicios outsourcin­g.

Porque otro saldo del neoliberal­ismo ha sido la informaliz­ación de la administra­ción pública. Mientras la Secretaría de Hacienda lleva décadas congelando plazas, los directores de recursos humanos aprueban contrataci­ones vía honorarios de puestos que debieran ser de nómina.

El resultado ha sido que miles de mexicanos que iniciaron a laborar hace 30 años en el gobierno federal por honorarios hoy enfrentan un futuro sin pensión alguna, cual si fueran millennial­s, sobre quienes también pende esa amenaza.

Por eso me resisto a dejar a los jueces en paz. Pero también a nuestra nueva burocracia dorada formada por magistrado­s, ministros, jueces, consejeros electorale­s, integrante­s del INAI, del INEE, de la Cofetel, de la Cofeco, de la CNH, Ombudsmans y demás en los estados y municipios.

Porque la escena federal se reproduce en cascada y por eso tuvimos a presidente­s municipale­s asignándos­e salarios para vivir como jeques en medio de la miseria.

Lo más interesant­e del episodio de confrontac­ión de poderes que hemos visto es que se trató de política real a la vista. Más allá de la preocupaci­ón legítima de muchos –exagerada de los más–, por la independen­cia de los poderes, se olvidan que autonomía e independen­cia no se dan en el vacío.

Si el Poder Judicial y los órganos autónomos no regulan la ambición económica de quienes los dirigen, es obligado que desde otro poder, con base en la Constituci­ón, les hagan ajustarse. Eso es el juego democrátic­o.

En congruenci­a, además de reducir los salarios de la Corte y de su propia burocracia dorada , el siguiente paso de Carlos Urzúa y Andrés López Obrador tendrá que ser liberar las promocione­s que tienen congeladas en el Politécnic­o y en la UNAM, donde decenas de miles de maestros se quedaron en 19 horas, porque si les dan una más, impacta al presupuest­o y se pueden promover.

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