El Cometa de la Navidad y otros placeres
Tras setenta años de ausencia, hoy nos visitará el cometa 46P/Wirtanen, al que algunos llaman el Cometa de la Navidad. Los astrónomos de la Universidad de Maryland anuncian que será el cometa más brillante de los últimos veinte años
Este domingo dieciséis de diciembre llegará un invitado que visita la Tierra después de setenta años de ausencia. Es –para entendernos mejor– una especie de hijo pródigo que nos cae del cielo. Si nos lo proponemos, conseguiremos admirar su cauda iluminada y sentir una conexión con el universo, esa bóveda que en la noche oscura nos regresa un gran misterio.
Se trata del cometa 46P/Wirtanen. Algunos lo han llamado el Cometa de la Navidad, por la cercanía con los festejos decembrinos. Los astrónomos de la Universidad de Maryland anuncian que será el cometa más brillante de los últimos veinte años. Dicen que podremos verlo a simple vista, sin la intermediación de telescopios o lentes especiales. La suerte está de nuestro lado, todos los astros se alinean a nuestro favor para poder atisbarlo, ya que pronostican condiciones excelentes para observar el firmamento.
Al parecer, Wirtanen pertenece a la familia de cometas hiperactivos. Producen agua en abundancia, de manera desproporcionada con respecto al tamaño de su núcleo. Supongo que esa hiperactividad trae como consecuencia una capacidad particular de irradiar luz. Si usted quiere tener una idea más precisa de la mejor hora para observar el cometa, o si requiere de información técnica, el observatorio de la Universidad de Maryland tiene una página electrónica abierta a las consultas (http://wirtanen.astro.umd. edu/).
Este domingo quiero que el pretexto del cometa sea un buen augurio para gozar intensamente el día. Lo estrenaremos en familia con unas hojarascas, esas galletas especiales de Zuazua, Nuevo León, que mi suegra nos regala cada diciembre. Voy a paladear mi primera hojarasca del año con una buena taza de café. Dejaré que esa masa dura y seca, que su sabor delicioso y un poco dulce, se deshaga en mi boca. Me concentraré en ese momento de intenso goce y paladeo en la compañía silenciosa del desayuno compartido.
Este domingo empezaré a leer la novela Temporada de huracanes, de la joven escritora mexicana Fernanda Melchor. Mis amigos lectores me dicen que no me la puedo perder. Es un libro que me ha esperado paciente. Seguramente no podré avanzar mucho, pero leeré lo suficiente para adentrarme en su lenguaje, en su trama. Avanzaré pocas páginas porque no olvido que es domingo y, por ese motivo, no quiero dejar que pase el tiempo sin estar en contacto directo con mi mundo: platicar con los míos, bromear, abrazar, discutir y –si es posible– incluso jugar un juego de mesa. Deseo que esos intercambios de palabras sean libres: la cercanía nos da el derecho a pensar y sentir juntos y, sobre todo, a poder disentir con libertad, a matizar, a corregir y refrasear lo que queremos decir. Nos da el derecho a la lentitud de la conversación.
Este domingo me concentraré en el tiempo presente, concreto y sin abstracciones. Pondré lejos mi celular para no sentir la tentación de ese guasap que me hipnotiza como si fuera un canto de sirenas. Y a las seis de la tarde, cuando empiece a oscurecer, saldremos a atisbar con esperanza el cometa de la Navidad.
Que así sea.
Este domingo me concentraré en el tiempo presente, concreto y sin abstracciones. Pondré lejos mi celular para no sentir la tentación de las conversaciones que me hipnotiza