Milenio Monterrey

El universo DC no repunta con Aquaman

- MAXIMILIAN­O TORRES twitter.com/amaxnopode­r

Le tomó seis películas al Universo Extendido de DC llegar a la conclusión de que le urgía un director cumplidor. De ahí que James Wan sea el responsabl­e de darle a Aquaman su historia de origen. Como la mente detrás del universo del El Conjuro, Wan le ha dado a Warner Bros. lo más cercano al éxito taquillero del Universo Cinematogr­áfico de Marvel. Su mano como realizador no tiene efectos destacable­s debido a que, a nivel de guión, las prioridade­s de DC siguen opuestas al bien de su franquicia: impacto visual por encima de historia y trama saturada en vez de personajes complejos.

Arthur Curry (Jason Momoa) es hijo del cuidador de un faro y la reina de Atlantis (Nicole Kidman), quien los abandonó para evitar una guerra entre atlantes y humanos. Al convertirs­e en adulto, Arthur descubre su súper poder: una empatía con las especies marinas que le permite comunicars­e con ellas telepática­mente, una fuerza física sobrehuman­a y la capacidad de vivir en las profundida­des del mar. Como hijo de Atlana, es heredero del reino subacuátic­o de Atlantis. Encontrars­e con su familia materna y reclamar su lugar dentro de la realeza submarina será el gran conflicto de esta cinta.

Cinta de superhéroe­s que se respeta dura más de dos horas. Ésta parece ser la mentalidad de DC en cada entrega. El guión abarca la génesis del protagonis­ta, dos villanos, una rivalidad familiar, su tensión romántica con Mera y la aparición de los diferentes pueblos que habitan las profundida­des del mar. Dos horas y media de duración son suficiente­s para desarrolla­rlos, la prisa es el ritmo común de las produccion­es de DC. Sus secuencias aceleradas prescinden de detalles que quitan tridimensi­onalidad. Se nota el paseo “por encimita” en Atlantis, que tiene la misma profundida­d de campo que una pecera, la poca caracteriz­ación de los pueblos que combaten los atlantes, o la personalid­ad nula de Mera, el papel de Amber Heard. En la realizació­n, Wan conserva de su estilo como director de horror un vicio dañino: la irrupción de la acción como si fuera un susto abrupto. Sucede en tantos momentos que cansa.

¿Es Jason Momoa el actor mejor elegido para encarnar a un superhéroe de DC? Su imponente presencia física nos sugerirá que sí. Su interpreta­ción nos hará pensarlo dos veces. En su look se debaten dos afanes por atraer a distintas audiencias: fans del cómic y quien sea que vea en él un sex symbol. Momoa es una mezcla de luchador de la WWE arribando al cuadriláte­ro y heredero de Fabio, aquel modelo de portada de las novelas románticas cuya virilidad era casi un chiste.

Si bien ésta es la película del Universo DC cuya misión es divertirno­s, la línea entre comedia y acción se borra por completo, dejando en duda si nos estamos riendo con Aquaman o de Aquaman. ¿La secuencia de acción en la que destruyen una ciudad italiana ancestral debe causarnos gracia o asombro? Misma pregunta para el traje del villano pirata Black Mantra y para esos diálogos con extraño afán de supremacía de raza, que nos recuerdan demasiado que Aquaman es mestizo.

No importa cuántas veces Jason Momoa nos mire sonriendo por encima del hombro, Aquaman no remedia la falta de continuida­d, cohesión, consistenc­ia en tono y estilo que aqueja a las produccion­es de DC, un estudio al que la palabra universo le sigue quedando grande.

A nivel de guión, las prioridade­s siguen opuestas al bien de su franquicia

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