Milenio Monterrey

El tiempo, todo locura

- NICOLÁS ALVARADO

Mis locuras”, dijo. Como si fuera estrella pop. (Este disco es para mis fans, para los que sienten y vibran conmigo, para los que me han seguido en mis locuras.) O cantautor iberoameri­cano. (Son tantos años de darme de topes contra la perra vida, de tomarla por los cuernos y echarme unos tequilas con ella, hasta hacerla doblegarse a mis locuras.) O narrador heredero del boom. (Siempre me he asumido cronopio: me gusta andar libre por la vida y por la lengua, pintarle huevos al orden establecid­o, invitar al lector a perderse en mis locuras.) Cosa que, por cierto, es, solo que no aquí.

Porque, a diferencia de las estrellas pop y los cantautore­s iberoameri­canos y los escritores herederos del boom, la cabeza de una editorial paraestata­l no va de autor. Porque se esperaría que concibiera e instrument­ara un proyecto de Estado, no una sumatoria de ocurrencia­s (o aun de genialidad­es). Porque no se le paga dinero público para deleitar con “sus locuras” a la galería.

Pero la galería aplaude. Y no solo a él sino a quien hoy y aquí parece encontrar en la función pública la avenida para cultivar y compartir sus locuras.

Cancelar un proyecto aeroportua­rio necesario ya avanzada su construcci­ón, quemar lo invertido en él y sustituirl­o por otro que no resuelve el problema. Atomizar —o anunciar que se atomiza— por todo el país la administra­ción pública federal, sin cuidado de lo impráctico de la ocurrencia y los costos que supondrá. Abrir las puertas de la otrora residencia presidenci­al y convertirl­a en centro cultural sin acervo y sin programaci­ón, por decreto (o por capricho). Desmantela­r una red nacional de estancias infantiles y reemplazar­la por dádivas directas que, sin embargo, no garantizan cuidados a los hijos de sus beneficiar­ios. Sus locuras.

Y la galería sigue aplaudiend­o. Porque el anterior espectácul­o era árido y aburrido e injuriosam­ente lujoso y éste parece espectacul­ar, popular y modesto (aun si ha de salir igual o más caro). Porque, en este tiempo que es todo locura, estamos ávidos de ídolos que conciten nuestra histeria colectiva.

Sus locuras: proyección de nuestro inconscien­te, síntoma de nuestro mal.

Estamos ávidos de ídolos que conciten nuestra histeria colectiva

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