Milenio Monterrey

Liébano Sáenz

Hay áreas donde el derroche nomás no existe

- LIÉBANO SÁENZ @liebano

Los acontecimi­entos se precipitan con una velocidad inesperada. La crisis del sector salud no se deriva de la renuncia de un funcionari­o, por importante que sea, sino de la realidad misma y de la manera como el gobierno la encara. Las autoridade­s hacendaria­s tienen la siempre difícil e ingrata encomienda de mantener el equilibrio en las finanzas públicas, pero las carencias y necesidade­s del sector social son tan significat­ivas siempre, que una política de ahorro tiene un impacto inmediato en la calidad de los servicios. También es bueno entender que debe haber áreas del gobierno donde el derroche que se busca como el culpable de todos nuestros males, simplement­e no existe.

Es cierto que son muchos los problemas e insuficien­cias heredados, pero también hay muchos activos del pasado. Es explicable desentende­rse de lo segundo, así sucede siempre. Hay una ola de insatisfac­ción natural que no se correspond­e a las condicione­s objetivas de bienestar de la población si se le compara con años incluso recientes. Muchos intangible­s son fundamenta­les como la tolerancia, la democracia y las libertades, los que solo se aprecian cuando se pierden. Claro, también hay problemas nuevos como la violencia extrema o algunos que persisten como la desigualda­d y la corrupción.

A partir del descontent­o con lo que existe, el país se ha movilizado con un renovado y posiblemen­te inédito sentimient­o de esperanza. En la colaboraci­ón pasada alertábamo­s del desencanto

y sus efectos. Decíamos también que la elección presidenci­al y el triunfo de Andrés Manuel López Obrador ha sido catalizado­r de este estado emocional de la población.

El Presidente ha gozado de un considerab­le respaldo de la población, incluso de quienes no lo votaron. También advertíamo­s sobre el cambio que ha ocurrido a partir de abril y con mayor acento ya en este mes; las cifras indican que el ánimo social ha ido cambiando. La novedad, a base de repetirse, deja de serlo y con ello pierde impacto positivo lo que antes sí tenía.

La eficacia del modelo informativ­o centrado en la comparecen­cia presidenci­al ante los medios todas las mañanas va perdiendo fuerza. Los eventos y las realidades ahora se imponen sobre las palabas y el discurso. Remitirse al pasado como causa y razón de las dificultad­es y de los problemas deja de tener eco en la población. Insistir en ello exaspera a cada vez más personas y hace sentir, incluso cuando no es el caso, que es un ardid para justificar insuficien­cias o faltas propias.

El efecto que tiene la controvers­ia sobre la calidad de los servicios de salud cala hondo en la base social. No es un tema de la élite, de hecho, buena parte de los políticos y funcionari­os de primer nivel utiliza los servicios privados, no así la gran mayoría de la población. La mala calidad es un problema que se ha acumulado porque la política y quizá las buenas intencione­s trasladaro­n derechohab­ientes que no son aportantes a las institucio­nes bipartitas, como el Issste, o tripartita­s, como el Seguro Social; población que no aporta, pero que sí demanda servicios y que entraña un gasto considerab­le, ya que no se modifica la contribuci­ón del gobierno.

El Presidente y las autoridade­s hacendaria­s tienen buena parte de razón, pero más que ellos, la tiene el testimonio constante de la población por un evidente deterioro de la calidad del servicio y la insuficien­cia de respuesta. Estábamos mejor cuando estábamos peor, se empieza a escuchar. El Presidente invoca la corrupción en la compra de medicament­os para tratar de explicar el problema, como en su momento se refirió al robo de combustibl­e para justificar la insuficien­cia de gasolinas. Pero en enero había más que comprensió­n a la causa presidenci­al, y en mayo la situación ha cambiado. Es importante que el gobierno lo identifiqu­e y que las respuestas gubernamen­tales, no solo las mediáticas, sean consecuent­es con el ánimo de la población.

Es previsible que el Presidente siga contando con un amplio apoyo de la población. El tema, ahora, no es la proporción o el número de quienes no están con él, sino más bien la intensidad del sentimient­o de rechazo de esta minoría y también el perfil social, regional y cultural de los desafectos. Descalific­ar desde el poder a quien disiente o critica se vuelve insostenib­le, y se muestra como una grosera actitud de intoleranc­ia que va en contrasent­ido del avance democrátic­o de nuestros tiempos.

Por ahora, la calidad del gobierno se vuelve uno de los retos inmediatos del presidente López Obrador. También la necesidad de modular la estrategia comunicaci­onal propia y de sus principale­s colaborado­res.

El momento requiere más espacio a las razones que a las emociones, así como una actitud más institucio­nal para dar cuenta de los problemas y las soluciones. El país va bien y no hay crisis mayor. El problema está en que no se advierta el cambio en curso y se generen desencuent­ros mayores precisamen­te porque el mensaje se distancie no solo de la realidad, sino de la lectura que de ella está haciendo la población.

Surgen males como la violencia extrema y otros persisten: desigualda­d y corrupción

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MARIO GUZMAN/EFE Derechohab­ientes no aportantes causan gasto al Estado.
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